Parafraseando la conocida película protagonizada por Clint Eastwood, el partido de Albert Rivera ha tomado dos decisiones que lo abocan a un sonado batacazo según vaticinan todas las encuestas. La primera fue el descartar cualquier tipo de acuerdo con el PSOE de Sánchez antes de los pasados comicios de abril. Con ello, aparte de cerrar la puerta a un gobierno de centro izquierda que hubiera sido el deseable a tenor de los resultados, habría impedido al dirigente socialista echarse en brazos de los populistas e independentistas. Es fácil deducir que, con esa decisión, Rivera antepuso sus diferencias personales con Sánchez a los intereses del país, y que buscaba el fracaso de este al obligarlo a apoyarse en las fuerzas extremistas. Como no ha resultado así, su estrategia ha quedado en evidencia. Por otro lado, resulta insólito e inédito en nuestra democracia el que se negara hasta en dos ocasiones a reunirse con el presidente en funciones en la Moncloa, cuando ni el mismísimo Sánchez lo hizo con Rajoy a pesar de su reiterada negativa a facilitarle la investidura. Y por último, como prueba de su error es analizar lo sucedido en Andalucía, cuando, después de facilitar el gobierno de Susana Díaz, Ciudadanos obtuvo un resultado espectacular en las últimas elecciones.

Y la segunda, la pretensión quimérica de dar el «sorpasso» al PP y convertirse en el líder de la oposición. Seguramente, debido a la escasa diferencia de 200.000 votos obtenida en las pasadas elecciones, creyó que podría superarlo. Craso error. Por un lado, porque escoraba al partido claramente a la derecha cuando siempre se había postulado de centro, y, por otro, porque dada la trayectoria y la base social del partido de Casado es absolutamente impensable que lo rebase. Además, con ello contradecía la trayectoria que venía defendiendo y practicando de bisagra entre los dos grandes partidos, pactando con unos u otros en distintas comunidades autónomas y ayuntamientos en aras de la gobernabilidad.

Todo parece indicar que el éxito cosechado hasta la fecha, «cada vez que se abren las urnas, Ciudadanos crece» repetía, se le ha subido a la cabeza. Con su comportamiento ha demostrado inmadurez, nula visión de Estado y soberbia al no escuchar las opiniones de destacados dirigentes de su partido favorables al entendimiento con Sánchez.

Como reza el dicho popular «en el pecado lleva la penitencia», pues ha desperdiciado una oportunidad de oro para haber influido en el gobierno, formando parte incluso, imponiéndole al PSOE las medidas moderadas que España necesita.