Si exceptuamos algunos episodios aislados acaecidos durante la Revolución Francesa y anteriores, el feminismo emergió como movimiento organizado a mediados del XIX. Al reivindicar la justicia histórica de alcanzar la igualdad real entre hombre y mujer, es un clamor vital e incontenible desde su génesis. Su meta: romper techos de cristal y desterrar el acoso, la violencia y la desigualdad. Por ello, no es moda pasajera sino movimiento transversal, que ni excluye ni divide. Sorprende que, entrado el siglo XXI, quede tanto por hacer. ¿Imaginan si la mujer no hubiese iniciado este proceso de denuncia, cuál sería su estatus? Por eso debemos estar más alerta que nunca ante conductas involutivas.