Me gustan Rubén Amón, Luis Francisco Esplá y Víctor J. Vázquez. Son difíciles de encorsetar, tienen desafección al etiquetado, desclasados y tienen sensibilidad, artística, humana, y formación. He aprendido de ellos hasta alcanzar el clímax de la identificación. Qué gusto da la ausencia de estereotipos, del fordismo en cadena, de lo mesiánico. Pues los tres se juntaron el 25 de octubre pasado en Córdoba, en nuestra hermosa Sala Orive. A hablar de toros y su aroma actual a contracultura.

Hablaba Amón del animalismo actual cuando una persona furiosa interrumpió con un sonoro «mentira». Miré hacia atrás y pude comprobar que difícilmente era vegano. Una camiseta-eslogan a lo Gabriel Rufián y un speech desde el patio de butacas sin levantar la mano unido a miradas de desdén a los que allí estábamos. No había duda, estábamos ante un antitaurino censurador haciendo cosas de antitaurino censurador vestido de antitaurino censurador. No era la primera vez que vivía algo parecido. Hace dos años, en la Facultad de Filosofía, fueron 40. Era la ola de la generación escrache y la tauromaquia no es mainstream. Una vez apaciguada la cosa aprendió --aunque canoso, hay ciertas cosas complejas que cuesta aprender-- a levantar la mano en el turno de preguntas y volvió a su soliloquio. Obviamente, el personal, con cómico hartazgo, se levantó y se fue a cenar a su casa.

Hoy me hacen llegar una Carta ilustrada de este hombre en este diario. Como si Jimmy Jump hubiera hecho una crónica cuando reventó el Eurovisión aquel del Algo pequeñito. ¿Se imaginan? Rasco un poco en su LinkedIn y me encuentro con que cuenta «por decenas» los «cursos, seminarios y congresos» a los que ha asistido. Además ha dado charlas a alumnos de 6ª y 5ª de Primaria a través de la Cátedra de Bienestar Animal de la UCA. Qué fácil. Allá donde no te gritan con rabia «mentira» y te educan para que levantes la mano. Donde mejor cala un dogma. Pero esto no es proselitismo.

No le contesto a su parecer --recuerde, su parecer-- acerca de dar muerte litúrgica a un animal. Sería largo y sus modales no me animan a ello. Su opinión la respeto y el fondo lo comprendo. Su sensibilidad lastimera no la comparto. Su ánimo lo cuestiono. Su intolerancia la intolero. Y me intolera, señor Luna Murillo.