En lunes santo, en uno de los monumentos más visitados del mundo y un símbolo centenario de la cultura de Europa, que las llamas devastaran Notre Dame fue una señal divina, una joya gótica en llamas, con más de nueve siglos de historia, donde el origen se encuentra en las obras de renovación para que, en ese tiempo penitencial, renováramos nuestros corazones, a seis días de la pascua de resurrección y, precisamente, en la hora sexta.

La reconstrucción de la catedral de «Nuestra Dama de Francia» ha despertado el sentimiento patrio de Europa y ha desatado una ola de solidaridad ante la maravillosa catedral de París, muriéndose, por negligencia, y casi destruido, por el laicismo, que durante años aconsejó a las instituciones nada de presupuesto para su restauración a pesar de ser el lugar turístico más visitado del viejo continente. Y ahora, frente al esqueleto y las cenizas de la Catedral de París, nos hemos despertado secularizando, grupos que rezan por el significado transcendental de los límites religiosos y por lo que representa en la historia de Francia. Francia ha sido herida en su cultura, en su historia, y en su corazón. El mundo libre, el mundo cristiano perseguido, también se siente desolado y huérfano. Espero que Nuestra Señora de París volverá a ser como era y será el símbolo de la reconstrucción de la fe de Europa desde sus cenizas.