Si hay algo que todavía a estas alturas resulta incomprensible e insufrible es la existencia de elementos como Vladimir Putin en Rusia y Nicolás Maduro en Venezuela, salvando ciertos matices pero igualmente repudiables.

Centrándonos en el inquilino del Kremlin y esencialmente en su manifiesta incapacidad para afrontar el primer problema de su país, es decir, el estancamiento de su economía, unido al hartazgo de los rusos por la deriva autoritaria de su líder, pasa por mantenerse en el poder a cualquier precio.

Según algunas encuestas (suponiendo que su credibilidad supere la credibilidad del actual CIS español a cargo del chef José Félix Tezanos) solo un 40% de los encuestados declara depositar su confianza en el citado Putin. El rublo se devalúa, las inversiones extrajeras no llegan y la creciente desigualdad social es palpable, incidiendo en un escenario cargado de pesimismo e incertidumbre, de ahí que la ciudadanía comience a desafiar sus draconianas leyes contra las manifestaciones.

Concretamente el pasado sábado, la policía de Moscú detuvo a 700 personas por reclamar elecciones libres. Todo un ejemplo antidemocrático y en pleno siglo XXI. En las pasadas elecciones presidenciales de Rusia el líder arrasó, pero su popularidad ha comenzado a resquebrajarse y con sus soflamas neoimperialistas no es suficiente... ¡Tiempo al tiempo!