Al cruzar la placita-jardín del Doctor Emilio Luque, nos encontramos con la estrecha calleja de Valdés Leal, la que también muchos cordobeses conocemos por su antiguo apelativo de Abrazamozas. Esta callejuela, corta por demás, termina frente al Oratorio de San Felipe Neri, edificio cuya fachada principal es de principios del siglo XVII, de gran belleza por cierto. Nuestra calleja de Abrazamozas también tiene su leyenda, la que paso a contar de forma resumida.

Dice Ramírez de Arellano que en siglo XVI hubo en Córdoba un mancebo de muy gallarda persona y que todas las noches andaba en jaranas y bromas. Sin tener oficio conocido se dedicaba al pillaje, y hasta se vestía de gorra, rasgueando la vihuela con una gracia pasmosa, y sin que hubiese mujer a la que no cantase trovas. Este «prenda» cortejaba a las mujeres con entera libertad, siendo así de este modo, que todos le llamaban «abrazamozas». Cierta noche que salía de bailar en una boda, al llegar al Oratorio de San Felipe, vio a una mujer que corría hacia la calle angosta cercana, y fijándose en ella, le pareció que la dama tenía un gran donaire, por lo que se aprestó a una aventura amorosa.

El galán detuvo a la señora, diciéndole ella que la dejase, pues era mujer y sola, y corría de una horrible desgracia.

--¡Desgracia! Pues gran consuelo podrá daros mi persona, ya que es una obra de caridad, y no he de dejaros ir, sin que el fuego de mi boca estampe un ósculo en esas mejillas como dos rosas.

Ella le dijo que era horriblemente fea, diciendo el galán, «que aunque el mismo diablo fuérais, para mí sois una diosa».El mozo la abrazó quitándole el velo que el rostro oculta, sonando entonces una risa sarcástica que aturdió la calle toda: Era el mismo Lucifer, que perdiendo de la mujer la figura candorosa, con unos cuernos muy largos y cinco varas de cola, estrechó al libertino, que viéndose perdido por aquel mortal abrazo, dijo llamando a Dios, «¡Señor, sálvame!», y en ese momento la negra sombra desapareció, quedando él desmayado.

Viniendo los primeros rayos de sol, el mancebo el juicio recobra y a San Francisco se encamina; allí tomó el hábito de lego con gran devoción. El lance se conoció en toda la ciudad, y desde entonces todo el mundo le llama a la calle Calleja de Abrazamozas.