Con motivo del Día Mundial de los Derechos del Consumidor, deberíamos reflexionar sobre algo que, al menos a mí como cliente, me resulta escandalosamente llamativo: cuando compramos un producto o servicio, no queremos pagar de más; pero a juzgar por las crónicas económicas no es así.

Las compañías alardean de inmorales beneficios de miles de millones de euros y se pavonean entre sí por ver cuál logra el récord. A tenor de estas rentabilidades astronómicas, se infiere que han cobrado más de lo razonable en su afán de apoderarse como sea del dinero ajeno. Uno es libre de comprar o no; aunque en demasiadas ocasiones no hay opción: electricidad, gas, tanatorio, transporte o agua, son servicios de primera necesidad. Antes eran públicos y garantizaban un precio justo. Tras privatizarse, la desbocada ansia de lucro impuso una vertical escalada de precios que nos convirtió en víctimas de un gran fraude especulador, forzándonos a desembolsar más de lo éticamente justo.