El ser humano, como cualquier ser vivo, ha respondido siempre a los estímulos recibidos, y el vino ha sido conductor directo hacia la felicidad, propia o compartida. El vino como estímulo para celebrar o festejar no va solo, normalmente suele ir acompañado de una buena amistad o futura amistad.

Recuerdo aquellos tiempos donde la copa de vino era el árbitro de la conversación, si te equivocabas, el amigo te decía «bebe para que se te aclaren las ideas», y después de aquel trago a bebe ratón, todo se veía diferente y con fidelidad hacia lo dicho, una palabra dada o un apretón de manos era más fiel al compromiso que cualquier firma en la actualidad, porque las firmas o las promesas de hoy pueden ir acompañadas de letra menuda o falsas promesas.

Parece ser que con la vuelta de la Filosofía vuelve la Ética. La ética la tengo como perdida y me gustaría que volviera para corregirme de lo equivocado que puedo estar. Mientras tanto, bebamos, digamos que ese tiempo que la ética ha faltado era aquel tiempo que tenías un mal beber. Si hablamos de los años 70, solo un 0,0010% de la población tenía mal beber, que no respetaba al semejante cuando bebía ( los borrachos). Hoy la falta de respeto es mayor de ese tanto por ciento y no es culpa del vino. No me atrevo a preguntar a internet de quién es la culpa, porque la respuesta puede ser comercial o equivocada. O quizás el ratón de la copa de vino, que sin ser colorao sabe mucho.

Me gustaría ver cómo los humanos cambiamos el móvil por una copa de fino Montilla Moriles, que la conversación sea directa y cercana para poder saber cuánto de auténtica tiene la mirada o lo hablado.

Beber vino con moderación da alegría al corazón. Y sin perder la razón, da razón a la vida.