Estimado director: Quisiera comentarle una situación que no por repetida resulta de lo más paradójico. El día 23 del presente mes, mientras volvía a mi domicilio de visitar a mi madre, me topé con un grupo de adolescentes de edades entre 15 y 16 años que circulaban por la calle Hernando de Magallanes sin ningún tipo de protección contra la pandemia. En esos momentos, leS dirigí la siguiente frase: «¡Esas mascarillas!». La reacción de ellas fue decirme que «no era nadie para decirles nada», «que no se las ponían porque no les daba la gana», «que ya podía decírselo la autoridad que no lo harían»... Acompañando dichas frases con insultos hacia mi persona y mi esposa. Me di perfecta cuenta de que tenían menos vergüenza que edad. Mientras escribo estas líneas, en el bar que hay debajo de mi vivienda hay mesas con catorce personas sin ninguna protección, eso sí con unas cajas de percusión y una alegre fiesta por San Rafael. El dueño del establecimiento los ve y pasa. Dejan su dinero en la caja, que es lo importante... y luego se quejará con los cierres.

Creo que ese es el problema de nuestra pandemia. Se hacen leyes para intentar prevenirla, pero no se obliga a cumplirlas. Sí nuestros agentes de la autoridad multasen otro gallo cantaría. Pero la pregunta es: ¿Dónde están? Ni se les ve, ni se les espera... Y así nos va. Los cordobeses y por ende los españoles solo conocen el dolor del bolsillo y sería conveniente que se empezase a usar con total autoridad. Lo demás no sirve para nada. De esta forma se recaudaría más para hacer frente a la situación.