Los años 2020 y 2021 serán recordados por generaciones como los que más personas de edad avanzada murieron en el mundo, por causa de un virus hasta el momento desconocido, el covid-19. Este ataca con saña a los mayores de 65 años, llevándolos a una penosa muerte, que por su contagio impide siquiera acercarse a ellos, para darles el último consuelo de cariño o una digna despedida en sus entierros.

Lo que parecía una epidemia se convirtió en una terrible pandemia que asola a todos los continentes. Al ser una realidad nueva nadie ha sabido reaccionar a tiempo y los ancianos han muerto principalmente en residencias de mayores o en sus propios domicilios en la soledad más absoluta. Los gobernantes han sido cicateros. ¿Creían que nunca enfermarían? Cuando masivamente la población y ellos mismos han caído infectados buscan en la ciencia la solución, consultando a los mismos sabios a los que durante años ellos han puesto tantas trabas y escasez de medios para investigar. Los políticos cuando empiezan a entender los problemas siempre llegan tarde para solucionarlos.

Ser longevo es un plus de peligrosidad. No disponer de medios adecuados para neutralizar el virus, como una vacuna, medicinas o sanidad apropiadas ha diezmado la población en personas de todas las edades pero con crueldad a los mayores.

Saquemos la conclusión de que nunca la ciencia y la sanidad pública universal deben ser un lujo para ningún país, sino una necesidad ineludible. Destinemos todo el capital necesario a investigación y más medios técnicos y humanos en los hospitales, para que los enfermos puedan ser atendidos con las máximas garantías posibles, consiguiendo salvar sus vidas, tengan la edad que tengan, aunque sea de una pandemia.