Mientras no se garantice con efectividad el poder adquisitivo de las pensiones, el jubilado estará desamparado. El mayor, cuando se jubila, queda fuera del mercado laboral y con resignación ajusta sus gastos a su pensión. Pero, si esta pierde incesantemente valor, su vida se torna poco a poco en agónica zozobra. Y aunque deje de darse un pequeño capricho -cine, cañita...-, no puede ni regalar unas chuches a sus nietos. Comprarse ropa o calzado está totalmente descartado y tira con lo que tiene; aunque lo peor llega cuando hay que elegir entre calefacción o medicamentos, luz o comida... Con el descorazonador pálpito de ir a peor porque todo subirá y perderá más poder adquisitivo. Y así, como en el día de la marmota, despertará para vivir un calvario donde cada jornada la pasa contando los céntimos que le quedan para ir al súper.