Hace ya años que mi abuela materna, Enriqueta, me dejo para siempre. Y a pesar de los años transcurridos desde su fallecimiento, me acuerdo de ella todos los días. Ella que fue la persona que más cariño y amor me dio no solamente en mi infancia, sino también en mi adolescencia y en mi etapa de adulto, sigue conmigo, porque aunque ya no la tenga físicamente, la llevo dentro de mi corazón. A menudo vienen a mi mente los momentos tan maravillosos y felices que viví con ella. No he conocido en mi vida a una persona tan buena y cariñosa como ella. Cuánto me quería, cuánto amor, cuánto cariño me daba, cómo sabía comprenderme, cuántas cosas buenas hizo por mí. Y todo esto era reciproco, porque la quería y la quiero con todas las fuerzas de mi ser. Recuerdo que en una ocasión en que estuvo ingresada en el hospital de la Cruz Roja, mi abuela hizo un comentario de que no me separaba de su lado, a lo cual mi madre, que estaba presente en la habitación, comentó: «Tu nieto Antonio José hace por ti el pino con las orejas». Y efectivamente que era así, los años más felices de mi niñez y adolescencia, fueron cuando vivíamos los dos juntos, ya que ella se quedo viuda siendo todavía joven. Esposa de un teniente de la Guardia Civil, y madre de dos hijas, se desvivía con sus seis nietos, sin embargo yo era su ojito derecho. Recuerdo que de niño, ella me daba de comer, me sacaba de paseo, estaba siempre pendiente de mí. De hecho, a mi hija pequeña la bauticé con su nombre. Y le llamo Queti, exactamente igual que como mi pobre abuelo llamaba a mi abuela. Por ello y por todo lo que me diste, querida abuela, te dedico esta carta en recuerdo de tu memoria.