Lunes 24 de enero de 1977. Hacia el mediodía salta la noticia del secuestro del teniente general Emilio Villaescusa por los Grapo en respuesta al asesinato, el día anterior durante una manifestación, del estudiante Arturo Ruiz por un comando ultraderechista. Poco después, en medio de una enorme tensión, conoceremos la muerte de otra estudiante, Mari Luz Nájera, en otra protesta por la de Arturo Ruiz. En los corrillos de los bares el miedo es latente por el ruido de sables. Pero ese aciago día aún nos ha de sobresaltar con lo peor. Casi a medianoche, pistoleros ultraderechistas asesinan en la madrileña calle de Atocha a 4 abogados laboralistas y a un sindicalista dejando 4 heridos graves al creerlos muertos, todos ellos militantes del clandestino PCE. El 25, al despertar y escuchar la radio, los españoles sentimos que la débil apertura política se despeña en caída libre. La estrategia de la tensión para acallar cualquier atisbo de democracia, acciona sus engranajes. El miércoles 26, día del funeral en el Colegio de Abogados, existe gran temor a las provocaciones de los reventadores. Pero se produce un giro sorprendente al garantizar el entonces ilegal PCE el orden y organización del evento. Un melancólico mar de puños alzados, salpicado de claveles y rosas dan la mano al dolor y lágrimas contenidas de una multitud de proporciones desconocidas, desborda las calles de Madrid en sobrecogedor orden y silencio. El día 28 dos policías y un guardia civil son asesinados en la capital. Esta semana trágica, una de las más delicadas de la transición, concluye al día siguiente durante su entierro con gran tensión por una parte de los militares.

Setenta y tres días después del infausto 24 de enero, la democracia tomará un impulso inesperado: el PCE, con su demostración de músculo y madurez política, logrará, en un sábado santo, su sorprendente legalización.

Sirva, este luctuoso aniversario, de homenaje a todas las víctimas del terrorismo.