Concluida la I Guerra Mundial y horrorizados por la atroz desolación del vasto conflicto, en 1919 se creó la Sociedad de Naciones para evitar futuras contiendas mediante el fomento de las relaciones internacionales. Este objetivo fracasó abocándonos a una segunda confrontación aún más devastadora. Y de tan colosal revés, en 1945 surgió la ONU para luchar contra la injusticia e impulsar, desde el respeto y la amistad, la paz entre naciones promoviendo los derechos humanos. Este organismo, y a pesar de las imperfecciones que han aflorado en sus 74 años, ha demostrado su idoneidad para mediar entre Estados y afrontar grandes retos. Sus carencias -lenta y excesiva burocracia, Consejo de Seguridad parcial, escasa financiación, desobediencia y descoordinación entre órganos- son superables con voluntad.

Sin duda, esta organización internacional requiere despolitizarse, mayor agilidad, y más poder. Pero si deseamos ver el futuro de la humanidad con cierto optimismo, su validez es indiscutible.