Las protestas contra las medidas excepcionales adoptadas por los distintos gobiernos para luchar contra la expansión del coronavirus son un movimiento que desde hace semanas crece en distintas partes del mundo.

En Alemania, las restricciones de la vida social y económica generaron desde el inicio de la crisis protestas en diferentes capitales. Al principio minoritarias, las concentraciones han ido ganando en participación conforme pasaban las semanas. Detrás de ellas se encuentran grupos dispares: desde militantes de la ultraderecha extraparlamentaria hasta defensores de las más diversas teorías de la conspiración, pasando por votantes del ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), integrantes del movimiento antivacunas, esotéricos e incluso ciudadanos que se sitúan en la izquierda alternativa dentro del espectro ideológico.

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Las protestas ciudadanas en Reino Unido contra el confinamiento han sido prácticamente inexistentes. La convocada el pasado sábado, en el tradicional Sparkers’ Corner de Hyde Park, apenas atrajo a 50 personas. Con más policías que manifestantes, el evento tuvo eco en la prensa porque entre los 19 detenidos, por violar las normas del confinamiento y no quererse identificar, se hallaba Piers Corbyn, hermano del exlíder del Partido Laborista, Jeremy Corbyn. Los participantes denunciaban las medidas de confinamiento por suprimir los derechos civiles de los ciudadanos, clamaron contra las vacunas y aludieron a la pandemia como «un puñado de mentiras para lavar el cerebro y mantener a la gente en vereda».

Las protestas en EEUU para reabrir la economía comenzaron a mediados de marzo, a medida que se generalizaban las instrucciones de confinamiento impuestas por los estados y cerraban los negocios no esenciales. Como sucedió con el Tea Party, también este es un movimiento menos espontáneo de lo que parecía. Cuenta con patrones financieros como el multimillonario Robert Mercer, uno de los principales mecenas de Trump y el populismo de derechas, o activistas del entorno de los hermanos Koch y la secretaria de Educación, Betsy DeVos. También han participado grupúsculos racistas, como los Proud Boys, milicias antigubernamentales, defensores de las armas o activistas antivacunas.

En tiempos de cuarentena, la derecha y la extrema derecha en Italia no han existido prácticamente. Ambas han intentado cabalgar sobre el descontento económico, principalmente de las periferias, pero con muy poco éxito. Otra cosa, según los expertos, será en otoño, cuando las consecuencias de la pandemia sean más duras. El miedo al contagio ha podido más que las consignas de la ultraderecha. La Liga de Matteo Salvini ha bajado un 2,8% en la intención de voto. El 25 de abril se conmemoraba en Italia el aniversario de la liberación de los nazis, una fiesta nacional con el Bella ciao cantado desde los balcones. Los ultras convocaron una contramanifestación, que además de virtual, tuvo nulas repercusiones.

Con el inicio de la desescalada, los franceses han querido ejercitar de nuevo el músculo de la contestación social. El 11 de mayo, fecha en la que se inició la fase de desconfinamiento, se registraron 26 concentraciones, y el sábado 16 salieron a la calle desafiando la prohibición de manifestarse los más aguerridos del movimiento de los chalecos amarillos. Fueron pocos, pero suficientes como para recordar que siguen ahí. Los expertos temen la debacle que trae la pandemia y que puede reactivar los conflictos sociales vividos en el 2019.