No abundan los precedentes de centenares de manifestantes inutilizando un aeropuerto sin ninguna oposición. Lo consiguieron ayer al mediodía los activistas de Hong Kong que paradójicamente describen la excolonia como un estado policial y de libertades menguantes. La jornada subrayó el entendimiento utópico: el gobierno local pidiendo mesura y los jóvenes perseverando en su desafío.

Dos días de caos, cientos de vuelos cancelados y miles de pasajeros abandonados a su suerte fueron necesarios para que la Policía se dejara ver finalmente ayer al anochecer. Su entrada desató la previsible batalla campal y a última hora los activistas seguían en las instalaciones.

El aeropuerto había disfrutado de una calma efímera por la mañana. Habían despegado algunos de los vuelos cancelados el día anterior pero la situación estaba lejos de regularizarse cuando los activistas empezaron a desparramarse por las terminales sin que el personal de seguridad pudiera impedirlo. Los jóvenes impidieron que los viajeros alcanzaran la zona de facturación y el caos a media tarde ya era suficiente para que se cancelaran todos los vuelos. Las grabaciones muestran numerosas escenas de tensión con los iracundos pasajeros exigiendo su derecho a viajar ante la tozuda negativa de los jóvenes.

Las confrontaciones con los turistas chinos del continente fueron especialmente virulentas. Los activistas maniataron y mantuvieron detenido a un presunto espía chino durante horas, sin dejar que los médicos le atendieran a pesar de un par de desmayos.

También retuvieron a un periodista de un diario oficial chino. Durante horas hubo lloros, histeria, peleas e impunidad a chorros sin que se viera un solo agente para poner orden.

El aeropuerto, que ejerce de nudo asiático, recibe a más de 200.000 pasajeros diarios. Su bloqueo torpedea la esencia de un territorio que depende del turismo y de su reputación como eficiente capital financiera.

EMPRENDER EL DIÁLOGO / La jefa ejecutiva, Carrie Lam, compareció una vez más pidiendo calma y el fin de la violencia para emprender un diálogo que aceite la solución. Su figura es ya irrelevante. Los activistas le niegan audiencia y le exigen una dimisión que Pekín ya le ha rechazado. «La violencia empuja a Hong Kong a una vía de no retorno y empuja a la sociedad a una preocupante y peligrosa situación», alertó con ojos vidriosos.

Cualquier gobierno perdería la paciencia ante un desafío de esta envergadura y el chino no es una excepción. Pekín ha repetido que confía en el gobierno insular para restablecer el orden pero tras diez semanas de crisis no caben dudas de su incapacidad. La televisión china ha mostrado efectivos antidisturbios acuartelados en Shenzhen y prestos a cruzar la frontera. No hay indicios que permitan el optimismo en Hong Kong.

El presidente estadounidense, Donald Trump, por su parte, llamó ayer a la calma en las protestas en Hong Kong.