Enzo celebraba el domingo su cuarto cumpleaños con su familia en su casa de Magé, en la periferia de Río de Janeiro, cuando un hombre le disparó en el pecho. El asesino solía publicar en Instagram fotografías vestido como militar. El hashtag #BlackLivesMatter (las vidas negras importan), que brotó en Estados Unidos para denunciar la violencia contra la población negra, se esparció rápidamente por las redes sociales en Brasil. El drama de Enzo fue precedido por otro de similares características en la misma ciudad maravillosa el pasado mes de mayo, aunque con una mínima diferencia: a João Pedro, de 14 años, le dispararon por la espalda en el marco de una operación policial. La sucesión de hechos todos casi iguales entre sí no hizo más que recordar que la rodilla del uniformado que apagó la vida de George Floyd en Minneápolis es un peso cotidiano sobre los afrobrasileños.

«Hablar sobre el racismo es eliminar la máscara de castidad de la promiscua sociedad brasileña. Es denunciar los mitos permanentes de una democracia racial que nunca existió en ese país», asegura la filósofa Katiuscia Ribeiro. El Foro Brasileño de Seguridad Pública (FBSP) le ha puesto números a esta certeza: casi ocho de cada 10 personas que mata la policía son negros. Su letalidad, sostiene, es 21 veces mayor a la de la policía de EEUU, y se ha agravado con la llegada de la ultraderecha al Gobierno, en el 2019.

«ESCORIA MALDITA» / «Los negros no hacen nada, creo que ni sirven como reproductores», llegó a decir Jair Bolsonaro en el 2017, cuando sus aspiraciones presidenciales llamaban a risa. Bolsonaro designó a Sergio Camargo como presidente de la Fundación Palmares, creada hace tres décadas por el Estado para promover los valores de la cultura afrobrasileña. Y a pesar de llevarla en su sangre, como el 55% de la población, Camargo tildó semanas atrás al movimiento negro de «escoria maldita» y «vagabundos».

El 13 de mayo, día que se conmemora la abolición de la esclavitud de 1888, exaltó la figura de Isabel, la princesa que promovió el fin de ese régimen. Un descendiente de Isabel, el diputado bolsonarista Luiz Philippe de Orléans y Bragança, respaldó las opiniones de Camargo. El historiador Douglas Belchior les recordó a ambos que el 13 de mayo es «la mentira cívica» de la «elite» y que «la población negra continúa estructuralmente en el mismo lugar que el día después de la abolición». La pandemia se ha convertido en otra de las constataciones: los efectos destructivos del covid-19 son cinco veces mayores en los afrobrasileños.

LAS MARCAS DE LA DESIGUALDAD / El 75% de los casi 60 millones de pobres en Brasil son negros. Según una encuesta de Oxfam y Datafolha, más de la mitad de sus habitantes opinan que ellos ganan menos por su condición racial. La federación que agrupa a las mujeres que trabajan en el servicio doméstico (Fenatrad), por lo general negras y mulatas, acaba de denunciar que son obligadas a ir a realizar las tareas de siempre en las casas de sus «dueños» a pesar de la cuarentena y bajo la amenaza de ser despedidas. Mirtes Renata es una de ellas. Como no tenía a quién dejarle a su hijo de cinco años, se lo llevaba al lujoso apartamento de Recife donde limpiaba y cocinaba. Le ordenaron sacar a pasear el perro. Se fue creyendo que su hijo estaría a resguardo. Pero el pequeño Miguel abandonó el apartamento en su busca ante la mirada indiferente de la propietaria, llegó a un área sin protección y cayó desde 35 metros de altura. «Si fuera el heredero de la patrona, Miguel estaría vivo», señaló Flávia Oliveira, columnista de O Globo. «Esto selló el destino al que los niños negros están vinculados por un proyecto inhumano y macabro, disfrazado de fatalidad».

Mirtes se ha quedado sola. Dice que de haber sido ella la responsable, su rostro se habría diseminado por televisión y su nombre se habría impreso con las letras de la infamia. «Pero la cara de ella no puede estar en los medios, no se puede revelar», dijo sobre la empleadora. La mujer fue arrestada por homicidio involuntario. Pagó la fianza y salió de inmediato en libertad.