Los Verdes están de moda en Alemania. Tras más de una década divagando por un tablero político en el que tenían una capacidad de influencia muy limitada, la formación ecologista vive el momento más dulce de su historia. Eufóricos por un 20,5% de los votos que les catapultaron a la segunda posición en las elecciones europeas del pasado mayo, el partido se prepara para un nuevo impulso que le lleve de nuevo al Gobierno federal.

Situados como nuevo buque insignia de los partidos ecologistas europeos, los verdes alemanes incluso amenazan con forzar un adiós antes de tiempo de la cancillera Angela Merkel. Los últimos sondeos dan a la formación de centro-izquierda hasta un 26,5% de los votos que les situaría como primera fuerza de Alemania y que podría sepultar al Gobierno, algo impensable hace meses.

Esa realidad cada vez más sólida se debe a la capacidad atrapalotodo del partido. Aprovechándose del hastío con un bipartidismo en declive, los verdes han captado 1.370.000 votos de los socialdemócratas (SPD), pero también 1.250.000 de los conservadores (CDU/CSU) y más de medio millón del izquierdista Die Linke y los liberales (FDP).

ADAPTARSE AL SISTEMA / El éxito verde no puede entenderse sin su gran transformación. Fraguado a principios de los 80 en el oeste alemán, este «partido antipartido» nació como protesta del movimiento ciudadano ecologista, feminista y contracultural. Funcionó y fueron ganando peso en el Parlamento, pero la heterogénea mezcla de corrientes progresistas propició una fragmentación interna.

La facción más conservadora y pragmática, los Realos, tomaron el control del partido. La metamorfosis verde se completó en 1998 con su entrada en el Gobierno. Su líder y ministro de Asuntos Exteriores, Joschka Fischer, apoyó ferozmente el bombardeo de Yugoslavia y a la OTAN. Convertidos en los grandes aliados de Washington en Berlín, incluso apoyaron la guerra de Afganistán en el 2001.

Tras años siendo defensores de la redistribución económica, la directiva apoyó la Agenda 2010, el plan de reformas neoliberales del canciller Schröder, que flexibilizó el mercado laboral y recortó derechos de los trabajadores. Incluso renunciaron a uno de sus pilares, la lucha antinuclear, que más tarde retomaron.

Sin embargo, en los últimos meses el partido ha llegado a cifras históricas. Su éxito actual mira a la posición conservadora con la que gobiernan en el rico land de Baden-Württemberg desde el 2011, aunque eso suponga contradicciones como apoyar el diésel y una mayor restricción migratoria. Su ecologismo liberal quiere reformar el sistema sin cambiarlo, hacer una sociedad más justa y sostenible pero sin cuestionar el libre mercado. Esa fórmula, que incluye un impuesto verde y una política fiscal más relajada, explica que sean el partido más votado en grandes urbes. Con un tercio de los votos de menores de 30 años bajo el brazo, pueden consolidarse como un referente político en Alemania. A eso puede contribuir la popularización de dos de sus reivindicaciones centrales: el ecologismo y el feminismo.