Aunque llueva o el sol lastime, Rosa y Mary soportan juntas los rigores de las colas en el lugar de Caracas que las llame. Una vez llegaron a esperar por el arroz, la harina y el aceite como Penélopes a Ulises: 12 horas. Desde entonces son amigas. Rosa tiene una incipiente «empresita» de limpieza. Mary cuida a su hijo. Cuando se encuentran, de tanto hablar no les queda detalles de sus vidas por contarse. Dicen que nunca se aburren: al fin y al cabo, las colas son un modo de relacionarse. Una nueva institución venezolana. Ubicadas en la fila que da a la puerta lateral del supermercado Excelsior Gama Plus, se preguntan qué hacer en la elección constituyente. ¿Votar o no votar? ¿Seguir a la oposición, que la considera ilegal, o al Gobierno, que promete más conquistas sociales? La escasez organiza las emociones y la vida cotidiana de este país de constantes llamamientos a «vencer» enemigos reales y molinos de viento, donde los altavoces del estado repiten una y otra vez palabras como «gloria», «bravura», «soberanía», «futuro» y «unión cívico-militar». En esta Venezuela de culto permanente a los héroes, se convive de mala gana con ellos en los bolsillos de tanto depreciarse. Un billete de 20.000 bolívares con la figura del padre de la patria dura un suspiro. Pocos días atrás, Nicolás Maduro ordenó el tercer aumento del salario mínimo en lo que va del año: ahora es de 250.531 bolívares, lo que equivale, según el orden cruel que fija el mercado negro, a 28 dólares. «Con eso no se vive, te lo aseguro», explica Rosa. Ella recibe dinero de dos hijos que residen en Panamá.

LA CAÍDA DEL CRUDO / Arroz y harina. Las circunstancias los convirtieron en presencia obligada de las mesas de las mayorías que el chavismo necesita para darle legitimidad a su proyecto de refundación. El Gobierno sitúa la pobreza en un 21%. Considera arbitraria la Encuesta sobre condiciones de vida en Venezuela (Encovi) que casi cuadruplica esos números y coloca la pobreza en el 81% de los hogares. El 50% de los hogares venezolanos viven en situación de «pobreza extrema».

Entre el 2004 y el 2008, la pobreza se redujo de manera considerable pero volvió a crecer a medida que descendió el precio internacional del crudo. Venezuela es un país monoproductor. Todo gira alrededor del petróleo. Cuando el barril se pagó a 100 dólares hubo un mejor reparto de la renta. Sin embargo, esa bonanza no se utilizó con eficacia para romper la excesiva dependencia del oro negro. En la actualidad, el barril se encuentra en 44,4 dólares. El ajuste se hace sentir pese al esfuerzo de las autoridades de preservar los programas sociales.

Rosa y Mary no necesitan de números para constatar las urgencias de un presente que se escribe con números estremecedores. El PIB se derrumbará en el 2017 un 7,4%. La inflación puede ser superior al 1.100% anual. Las reservas del Banco Central se encuentran en el mínimo de las últimas dos décadas: 9.986 millones de dólares.

El Gobierno adjudica estos retrocesos a la «guerra económica» que lleva adelante una «oligarquía» voraz. Pero Nicolás Maduro no le puede adjudicar a las élites conspiradoras su decisión de pagar a lo largo de este año 9.691 millones de dólares en concepto de capital e intereses de la deuda externa (una cifra similar a la del 2016). El pasivo total llega a los 170.000 millones de dólares.

Se acumuló especialmente durante la última década y crece a ritmo insostenible, lo que ha provocado que las importaciones se desplomaran más de un tercio, con un impacto inmediato en los alimentos, las materias primas y los productos. Eso explica entre otras razones la escasez. Las bolsas de alimentos ofrecidas a la población a precio regalo por las juntas comunales, con inocultables manejos clientelares, no les alcanzan para evitarles las hileras. La cola «democratiza» los hábitos de una multitud que en buena parte ha soñado los sueños de Chávez y, como el Simón Bolívar de 1830, se ha cansado de «arar en el mar». Las elecciones de hoy pondrán a prueba su fidelidad.