No hay información veraz de lo que ha pasado en Venezuela desde que un grupo de militares leales a Juan Guaidó liberaran al líder opositor Leopoldo López e intentaran hacerse con la base militar de La Carlota, en Caracas. Desde entonces Guaidó ha lanzado un mensaje a la población y a los militares animándoles a que salieran de las casas y de los cuarteles, y se sublevaran contra Nicolás Maduro. La consigna fue: «El momento es ahora». Los trabajos que analizan el complejo tema de cómo caen los gobiernos señalan tres causas como condiciones necesarias: la existencia de una longeva crisis económica; la presencia de un Estado débil y una Administración ineficaz; y una situación de acoso internacional. Al parecer en Venezuela se han dado -desde hace años- las dos primeras condiciones, y desde hace pocos meses parece que empieza a articularse la tercera. Pero lo que verdaderamente falta es otro elemento que a menudo se califica como la condición necesaria, a saber, una oposición sólida y organizada, con una estrategia clara y con fuerza para poder enfrentarse a la autoridad.

Seis años de decadencia

Hasta la fecha, este último elemento no ha estado presente. Durante los seis años en que Maduro ha gestionado la decadencia del Estado bolivariano, la oposición ha sido incapaz de poner en jaque al régimen. Es cierto que ganó las últimas elecciones libres y competidas, pero rápidamente el Gobierno las invalidó transformando la Constitución y extrayendo cualquier poder efectivo a la Asamblea Nacional. En este sentido, no han sido capaces de poner en jaque al régimen ni las crisis humanitarias acontecidas en las fronteras de los países vecinos, ni las recurrentes (y masivas) protestas en las calles de las principales ciudades del país, ni los varios -y sonados- episodios de rebelión de algunos militares desafectos, ni un intento de magnicidio (con un dron en un acto público). El caso es que el control que aún mantiene Maduro sobre las Fuerzas Armadas hace bastante impredecible una caída rápida. Por ello la oposición, consciente de sus puntos débiles, pretende articular la tercera de las -anteriormente señaladas- condiciones necesarias: la del acoso exterior. Solo con una alianza internacional que legitime la estrategia rupturista de la oposición y que le preste la fuerza militar de que carece, puede salir victoriosa de esta situación que la condena al fracaso permanente. Lo primero parece que lo ha conseguido, pues el secretario general de la OEA, Luis Almagro, apoyó «la adhesión» del Ejército venezolano a Guaidó, y respaldó un proceso de transición pacífica. Ahora está por ver lo segundo: ¿alguna potencia internacional va apoyar militarmente a los insurrectos? En la respuesta a esta última pregunta reside una paradoja que no es baladí. Sin una intervención militar externa difícilmente la oposición podrá derrocar a Maduro, pero si eso ocurre, será muy difícil de iniciar el «proceso de transición pacífica» que la OEA y la misma comunidad internacional reclaman.