Durante siglos, el Palacio Imperial de Hofburg, en Viena, fue el hogar de la dinastía de los Habsburgo, la realeza del otrora poderoso imperio austriaco, y sede de los primeros conciertos de Wolfgang Amadeus Mozart. Hoy, este majestuoso edificio barroco es la residencia del presidente austriaco pero, una noche al año, se viste de gala para la multitudinaria reunión de los círculos más conservadores de la república, el Baile de la Academia de Viena.

Conocido anteriormente como el Baile de las Corporaciones, este acto folclórico reúne desde 1952 a asociaciones estudiantiles de los países germanohablantes -Austria, Alemania y Suiza-, fraternidades marcadas por su carácter conservador, nacionalista, identitario, racista y rayano, en algunas ocasiones, con el neonazismo. Los hasta 3.000 miembros que reúne anualmente destacan por ir vestidos con la parafernalia de su grupo (e incluso con uniformes militares) y por practicar combates de esgrima cuyas heridas aún pueden verse en algunos participantes. Debido a eso, en el 2012 la Comisión Austriaca de la Unesco decidió apartar los bailes vieneses de su lista de patrimonio cultural inmaterial. Ese mismo año, el Ministerio del Interior austriaco decidió dejar de organizar este controvertido acto que había amparado durante años. Pero eso no supuso su final.

El Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), encabezado por el antiguo neonazi y actual vicecanciller Heinz-Christian Strache, recogió su testigo. Tras la fachada de un baile marcado por el compás del vals, esta tradición dista de ser un inofensivo acto estudiantil. Con una ultraderecha austriaca cada vez más cómoda y desacomplejada, esta celebración se ha convertido en un punto de encuentro de los sectores más radicales del continente.

Hoy en Austria hay unas 4.000 fraternidades nacionalistas alemanas aglutinadas bajo la idea de un regreso a la Europa de los estados-nación. Su presencia social se ve sobrerrepresentada por la fuerza del FPÖ, que condiciona la política nacional desde el Gobierno gracias a su alianza con los conservadores del canciller Sebastian Kurz. Su antisemitismo crónico ha sido estratégicamente maquillado mientras el islam y los refugiados han pasado a ser el nuevo enemigo. El FPÖ depende de las fraternidades masculinas para reclutar miembros. Dos de cada cuatro parlamentarios del partido ultraderechista son miembros de estas cofradías. Y ahora ocupan cargos importantes.