La casita baja, separada en dos viviendas, abre una de esas calles idílicas típicas de los suburbios residenciales de clase media acomodada de Estados Unidos. Es la más modesta en esta vía del suburbio de St. Louis Park en Mineápolis, muy cerca de un gran parque, un lago y un country club con campo de golf. En la ventana, las cortinas están echadas por detrás de pequeñas piezas de arte africanas. Nadie contesta al llamar a la puerta, presidida por un crucifijo, pero el nombre en una pegatina naranja en el buzón y el cartel que unos vecinos han colocado en la fachada recuerdan quien vivía aquí: «Justicia para George Floyd».

Aquí llevaba su vida el hombre que se ha convertido en icono, la última víctima conocida de una brutalidad policial endémica con los negros en Estados Unidos. Floyd, que había nacido hace 46 años en Raeford, Carolina del Norte, se crió y pasó casi toda su vida en Houston.

Allí, tras una breve beca para jugar a baloncesto en Florida, volvió para ir a la universidad, que no acabó. Y allí estuvo, haciendo sus pinitos en el rap, hasta que algo se torció y en 2007 fue acusado de robo a mano armada en una vivienda, por lo que pasó cinco años en la cárcel.

Al salir Floyd, que tiene un hijo de 27 años, una hija de 22 y otra de seis, decidió empezar de nuevo, mudándose a Mineápolis, una ciudad donde la comunidad negra ha ido creciendo. Y han sido olas que transformaron demográficamente la ciudad, que pasó de tener el 8% de la población negra en los años 60 al 20% actual, sin alterar del todo la herencia de la segregación.

Las restricciones legales que impedían vender terrenos o casas a cualquiera que no fuera blanco están ilegalizadas desde hace décadas, pero la herida de ese racismo sistémico en todo EEUU aún no está cicatrizada.

Floyd se labró una buena vida. Trabajó en una tienda, condujo camiones y trabajó en seguridad en un club en que también sacaba dinero extra Derek Chauvin, el policía que le acabaría quitando la vida. Y los últimos años, hasta que la pandemia del coronavirus le dejó como a millones más en el paro, Floyd había estado trabajando de viernes a domingo como portero en el Conga Latin Bistro.

En el restaurante y discoteca en el centro de la ciudad lo recuerdan con extremo cariño compañeros como César Segura, el chef salvadoreño, que le preparaba nachos con ropa vieja o arroz con mariscos, que Floyd se llevaba a casa a las tres de la mañana para compartir con su novia güera (blanca), Courteney Ross. «Era muy sonriente, muy amable, bien educado», cuenta Segura, que pone en duda que Floyd, al que muchos han calificado de «gigante amable», hiciera algo agresivo en su fatal encuentro con la policía el 25 de mayo. Maurice Lester Hall, el amigo que estaba con él en el coche cuando los agentes llegaron por una acusación de que había pagado unos cigarros con un billete falso de 20 dólares, ha explicado que «desde el principio intentó mostrar a su humilde manera que no se estaba resistiendo».