Abdul dice que conoce a unas 200 personas que, como él, han venido de Alepo a Afrín en los últimos tres meses. Echa las cuentas rápido con los dedos, contando familiares cercanos y lejanos, amigos y otros que no lo son tanto, vecinos y colegas. «Conozco a unos 200, pero eso son solo los que conozco yo personalmente -dice Abdul-; somos muchísimos más».

Los que Abdul no conoce no son cientos sino decenas de miles de personas. Han venido de casi toda Siria y son, mayoritariamente -como Abdul- árabes sunís. Bashar el Asad, en los últimos meses, ha ido conquistando territorio opositor.

Damasco ha puesto los soldados y las milicias; y Rusia, los bombardeos y negociaciones: Moscú ha ido pactando con grupos rebeldes las evacuaciones de guerrilleros y sus familias.

Los que lo han querido han sido enviados al norte de Siria, a las zonas controladas por Turquía. Así han caído Guta y Yarmuk -en la provincia de Damasco-, el sur de Homs y el sur de Hama. La siguiente es Daraa.

«Aquí estamos muy contentos porque tenemos seguridad gracias al Ejército Libre Sirio (ELS) y a los turcos», dice feliz Abdul. En enero, Turquía empezó una operación militar contra las milicias kurdosirias que, con el apoyo estadounidense, controlan el 30% de Siria. Estas milicias, las YPG, están vinculadas con la guerrilla del PKK. Turquía, la Unión Europa y EEUU consideran que son terroristas.

TRES MESES DE COMBATES / En el pasado mes de marzo, después de tres meses de combates, el ELS y los turcos se apoderaron de toda la provincia de Afrín. Su capital es una ciudad de edificios de piedra blanca rodeados de campos de olivo cuyo fin, pasado el valle, parece no existir. Al lado de casas con agujeros de bala y metralla hay otras en construcción. La ciudad, salvo en la calle principal, se ve vacía. «Tenemos mucho miedo. No queremos hablar: nuestro problema es ese», dice una mujer autóctona de Afrín, y señala a un soldado del Ejército Libre Sirio, que controla el tráfico, armado con su kaláshnikov. Todos llevan uno y sus miembros, ahora, controlan la ciudad.

La región de Afrín, antes de la guerra, tenía 170.000 habitantes -el 80%, kurdos- y ahora está claro que no. Durante la operación militar turca, según la ONU, 137.000 personas huyeron de sus casas. Algunos pocos, acabados los combates, han vuelto, pero quien está repoblando la zona son árabes sunís que huyen de Asad y buscan la protección de los milicianos rebeldes y de Turquía.

CASAS OCUPADAS / «La gente que llega a Afrín es enviada a campos. Nadie es colocado en la ciudad. Los pisos vacíos están para la gente que marchó», dice Orhan Aktürk, turco y asesor del alcalde de Afrín, pero se nota quien maneja aquí los hilos.

La onenegé Human Rights Watch (HRW) dice, sin embargo, lo contrario. La organización denuncia que muchos soldados del Ejército Libre Sirio ( ELS) se han afincado con sus familias en casas vacías, propiedad de kurdos que se escaparon hace unos meses. «El pillaje y requisar la propiedad privada para uso personal está prohibido y puede constituir un crimen de guerra», avisa HRW.

En el camino a Afrín -y dentro de la ciudad-, decenas de edificios que parecen vacíos tienen pintadas en las fachadas con nombres de personas. Otras tienen escrito «Ejército Libre Sirio». Los porches de un par de ellas están cubiertos por toldos con las iniciales de ACNUR. Esta organización no está en Afrín, aunque sí en otras regiones del territorio sirio: sus inquilinos son refugiados.

Antes de la guerra, Siria tenía 22 millones de habitantes y ahora más de la mitad ya no vive en sus casas. Seis millones son desplazados internos; otros seis están fuera del país. Tres y medio viven en Turquía: Erdogan, que acaba de ganar las elecciones, ha prometido que los mandará a todos de vuelta.

«QUEREMOS VOLVER» / Según Ankara, más de 160.000 ya han abandonado Turquía; y han ido fundamentalmente a las zonas que el país controla en Siria, tales como: Afrín, Jarabulus y Azaz. Adnan, un chico nacido en Homs, es uno de ellos.

«Hace dos años fuimos a vivir a Bursa [ciudad cerca de Estambul] con mis padres. Pero siempre habíamos querido volver a nuestro país. Estoy muy contento de estar aquí», dice este joven de 18 años con un turco casi imposible.

«La situación no es fácil, pero para nosotros es el sitio más seguro de toda Siria. Además, aquí puedo hablar mi lengua y sentirme libre. Gracias al Ejército Libre Sirio (ELS) y a Turquía me siento seguro. Espero que los turcos no se vayan nunca», concluyó el joven turco.