Hubo un tiempo no muy lejano, hace cuatro años, en el que Alexis Tsipras daba miedo a los mercados y entusiasmaba a los griegos. Parecía peligroso porque era un soñador, decía «otra Europa es posible», una idea que cuestionaba la doctrina oficial de que de la recesión del 2008 -creada por la avaricia de los propios mercados- se salía desde el rigor fiscal.

En nombre de la austeridad se impusieron recortes que cuestionaron los cimientos del Estado del bienestar y la soberanía de los estados, especialmente en el sur de Europa. Fue una doble derrota para la mayoría de la población: pagó la factura de la crisis y aún sigue pagando la de la recuperación.

De aquel joven Tsipras -sigue siéndolo: 45 años- apenas queda nada del empeño de cambiar el mundo. Tuvo que escoger con un cuchillo en la garganta entre sus promesas y la realidad, y eligió lo segundo. La alternativa era sacar a su país de la UE y lanzarlo al precipicio. Heredó en enero del 2015 un escenario de pesadilla tras dos rescates fallidos.

La crisis había devorado un cuarto de la economía, la tasa de paro era del 28% (con un 50% de desempleo juvenil) y la deuda pública alcanzaba el 129% del PIB. Tras un amago de rebelión con el referéndum del verano del 2015, Tsipras aceptó las reglas de juego, obtuvo un tercer rescate y se comprometió a cumplir 88 medidas, muchas de ellas, dolorosas reformas estructurales.

Sigue la tutela

Hoy Grecia ha salido oficialmente del pozo -aunque sigue tutelada y con una deuda mayor por los tres rescates-, el desempleo ha descendido 10 puntos y la economía crece. Ha sido un éxito de los gobiernos de Tsipras, pero el precio lo han pagado con sudor y sangre los griegos. Muchos de sus votantes en 2015 le consideran un traidor, por eso va a perder las elecciones salvo sorpresa mayúscula.

El primer ministro griego recibe alabanzas de los dirigentes de la UE, que ya le consideran uno de los suyos, y las autoridades monetarias internacionales, sean del BCE o del FMI, le ponen de modelo de gestor. Parece un remedo de Mijaíl Gorbachov: más prestigio fuera que dentro.

«La cuestión no es si va a perder, sino por cuánto. No es lo mismo un 10% de diferencia que un 5%», me comenta el periodista Kostas Pliakos, uno de los mejores analistas. «Tsipras confía en una remontada para lograr un resultado que le permita ganar las siguientes elecciones. (…) No hay duda de que seguirá al frente de Syriza», añade.

Hay un punto de injusticia histórica en que el ganador vaya a ser Nueva Democracia, el favorito de los mercados y, al parecer, de la gente. Este partido fue el responsable de la profundidad de la crisis griega al engañar a la UE con sus cuentas entre 2004 y 2009, durante los gobiernos de Kostas Karamanlis. El déficit real era tres veces y media superior al declarado. El socialdemócrata Yorgos Papandreu descubrió la verdad al llegar al Gobierno y lo denunció. Cuentas falsas, mercados en pánico y recesión global son siempre una pésima combinación.

Un partido renacido

La renacida Nueva Democracia de Kyriakos Mitsotakis (otro apellido ilustre), ha realizado una campaña agresiva, con promesas de bajadas tipos de interés y de la presión fiscal que le será difícil de cumplir. La crisis ha laminado a la clase media, que es un proletariado, y al antiguo proletariado lo ha convertido en un precariado. Si Mitsotakis no puede cumplir estará fallando a la clase trabajadora porque apenas queda burguesía. Esa es la esperanza de Tsipras, que un gobierno conservador con un programa ultra iberal ponga en valor su gestión.

Tsipras irrumpió en la política de su país en el 2007 con un 5,04% de los votos y 14 diputados al frente de una coalición llamada Syriza que se decía de izquierda radical, un definición que no significa lo mismo en griego que en inglés o español, y que muchos tomaron al pie de la letra. Era la suma de 13 grupos de izquierda que buscaron el espacio entre un PASOK en caída libre por la corrupción y un inmovilista KKE, pro soviético y estalinista.

Tenía un discurso ilusionante, renovador y ecologista, parecido al que enarbolaría Podemos. Toda la izquierda pos comunista pugnaba por hacerse fotos con el nuevo mesías. Ahora, en el presumible momento de la derrota, está solo.

El presidente saliente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, reconoció un cierto ensañamiento con Grecia: «No fuimos solidarios con Grecia, la insultamos».

Pasada la tormenta de la crisis y sobrevivido a los rojos volverán los buenos tiempos para todos, excepto para los griegos. Ellos siguen con la losa encima.