Cuando los 29 países de la OTAN se reúnan la semana que viene en Bruselas, cargarán encima con su particular espada de Damocles. Estados Unidos quiere más. Y lo quiere pronto. Su presidente, Donald Trump, ha vuelto a quejarse del gasto en Defensa de muchos de sus socios de la Alianza Atlántica y ha insistido en que la paciencia de su país se está agotando. Sus advertencias se han cursado esta vez a través de cartas enviadas a los líderes de Alemania, Italia, Canadá, Bélgica o España, países con un gasto militar inferior al 2% de su PIB, el mínimo que los aliados se comprometieron a alcanzar durante la cumbre de Gales del 2014. Las misivas llegan después de que Trump encargara al Pentágono una evaluación del coste y el impacto que supondría retirar a los 35.000 militares estadounidenses de Alemania, una de las piezas fundamentales del paraguas de seguridad europeo.

Ese informe del Pentágono ha disparado la inquietud en Europa, un continente que ya conoce como las gasta el republicano en la mesa de negociación. Ahí están los aranceles al acero y el aluminio para atestiguarlo. Lo más probable es que no sea más que una medida de presión para dar peso a sus demandas en otros ámbitos, desde el terreno comercial a la financiación de la OTAN, pero es una amenaza que nadie puede desdeñar. «EEUU sigue dedicando más recursos a la defensa de Europa cuando la economía del continente, incluida la alemana, va bien y los desafíos de seguridad abundan. Esto ha dejado de ser sostenible», dice Trump en la carta enviada a Ángela Merkel, según han publicado varios medios estadounidenses.

El lenguaje de las cartas recibidas por varios miembros de la Alianza parece ser muy semejante. Trump expresa su comprensión por las dificultades políticas que implica aumentar el gasto militar, pero también dice que en su país hay una «creciente frustración» por la lentitud de sus aliados para cumplir con los compromisos. Una frustración que también comparte el Congreso. De los 29 países de la OTAN, solo ocho cumplirán a finales del 2018 el gasto del 2%. En su descarga habría que decir que la mayoría ha aumentado sus presupuestos militares y que el compromiso de Gales no fue vinculante, sino una mera declaración de intenciones para llegar a la meta en el plazo de una década.

Trump no es el primer presidente de EEUU que se queja de las contribuciones europeas a la OTAN. También lo hicieron George Bush y Barack Obama. Pero sí es el primero en convertir el asunto en un permanente caballo de batalla. El neoyorkino concibe la defensa colectiva en términos puramente mercantiles, ignorando que le ha servido a EEUU desde 1949 para contener a la Unión Soviética primero y a Rusia después en su patio trasero, así como para cimentar el dominio geoestratégico de EE UU en Europa. Nada de eso lo tuvo en cuenta al decir hace unos días que la «OTAN es tan mala como el NAFTA», el acuerdo de libre comercio con Canadá y México que Trump ha descrito como un negocio desastroso para su país.

Pero también es cierto que, sin EEUU, Europa es incapaz de afrontar los retos de seguridad que emergen en su vecindario. Fue incapaz de frenar la terrible guerra de los Balcanes, la invasión rusa de Georgia o la más reciente anexión de Crimea. De ahí que sean muchos los estadounidenses que comparten las demandas de Trump.

Entre los receptores de la carta está el presidente español, Pedro Sánchez. Su ministro de Exteriores, Josep Borrell, ha reconocido que España gasta «manifiestamente por debajo» del compromiso adquirido del 2%, pero lo gasta «muy bien» porque es uno de los pocos países europeos que participa en todas las misiones de la OTAN.