Donald Trump destituyó ayer de forma fulminante a John Bolton como asesor de seguridad nacional, una medida anunciada a través de Twitter que el presidente de Estados Unidos ha justificado por las profundas diferencias que mantenía con su asesor.

Bolton era el más beligerante de sus lugartenientes en la Casa Blanca, un neocon curtido en los años duros de la Administración de Bush al que Trump repescó en la primavera del 2018 para que fuera su tercer asesor de seguridad nacional. Pero las diferencias entre ambos eran notorias, particularmente en lo que concierne a la política hacia Irán, Corea del Norte, Venezuela y Afganistán. Bolton desconfiaba de las maniobras de acercamiento de Trump para resolver los mencionados conflictos por la vía de la negociación. Una postura que ha acabado exasperando al presidente.

«Anoche informé a John Bolton de que ya no se necesitan sus servicios en la Casa Blanca», escribió Trump en las redes sociales. «He estado profundamente en desacuerdo con muchas de sus sugerencias, como les sucede a otros en la Administración, y por eso le pedí su dimisión, que he recibido esta mañana». Con el magnate neoyorkino nunca hay que descartar que la caída en desgracia de alguien de su entorno se deba a un detalle trivial, como un gesto puntual de deslealtad, pero lo cierto es que ambos veían la política exterior desde prismas opuestos.

EL PAPEL DE EEUU / Trump siempre ha recelado del papel de EEUU como gendarme del mundo y, aunque comparte con Bolton el gusto por la retórica del pistolero con espuelas siempre dispuesto a desenfundar, se ha cuidado mucho de no meter a su país en nuevas guerras. Todo lo contrario que el exembajador ante Naciones Unidas, que concibe el cambio de régimen como un instrumento esencial para afirmar la posición dominante de EEUU y remodelar el mundo a su antojo, supuestamente en nombre de la democracia. El último cisma se produjo a raíz del principio de acuerdo alcanzado con los talibanes para retirar a las tropas estadounidenses de Afganistán y la intención de Trump de oficializarlo en Camp David tres días antes del aniversario de los atentados del 11-S.

Bolton siempre se opuso a esas conversaciones, sugiriendo que los talibanes no son de fiar, y aunque acabó saliéndose con la suya después de que el presidente cancelara a última hora la reunión, las disensiones derivaron en palabras gruesas, según la prensa estadounidense.

IRÁN Y COREA DEL NORTE / Bolton también se oponía firmemente al cortejo de Trump hacia el dictador norcoreano Kim Jong-Un, o a su disposición a sentarse a hablar con el presidente iraní, Hassan Rohani. Bolton, que comparte la cosmovisión de la derecha radical que gobierna en Israel, lleva años abogando por derrocar a la teocracia chií. Recientemente defendió un bombardeo selectivo para castigar el derribo iraní de un dron estadounidense en el Golfo Pérsico. Tampoco se sentía cómodo con la dubitativa política de la Casa Blanca en Venezuela, donde sus esfuerzos para forzar la caída de Maduro se han quedado a medio camino. Gustaba referirse a Cuba, Venezuela y Nicaragua como «la troika de la tiranía».

En la Casa Blanca le quedaban aparentemente pocos amigos. Con el secretario de Estado, Mike Pompeo, prácticamente no hablaba y últimamente se había negado a salir en televisión para defender la política exterior de Trump en Afganistán y Rusia.

Antes de marcharse, Bolton disputó la versión ofrecida por Trump de su despido. También en Twitter, dijo que ofreció su dimisión el lunes por la noche y que el presidente le contestó que hablarían por la mañana. «Seamos claros, yo dimití», afirmó.