En política es difícil saber a qué atenerse con Donald Trump, más allá de dar por seguro que habrá algunas sorpresas. La montaña rusa de la relación con Corea del Norte es la última confirmación de lo imprecedible de la visión que el presidente de Estados Unidos tiene de las relaciones internacionales y de la diplomacia. Y el endiablado proceso que se ha establecido entre Washington y Pyonyang, complicado también por las complejidades de una contraparte como Kim Jong-un, de momento ha dejado claro algo: en la búsqueda de un acuerdo histórico con el régimen norcoreano, a Trump le ha faltado planificación y disciplina de mensaje (sobre todo de sus altos cargos) y le ha sobrado precipitación y personalismo.

Hace no tanto Trump y Kim estaban enrocados en una escalada de tensión retórica y práctica. Cada vez los insultos eran más dañinos, y a la par iban creciendo las pruebas nucleares y de misiles en la península coreana, la respuesta de sanciones y de una campaña internacional de presión organizada desde Washington y la amenaza de EEUU de intensificar la respuesta militar.

Decisiones precipitadas

Esta primavera, todo empezó a cambiar. Y el 8 de marzo se produjo algo inesperado. Chung Eui-yong, el asesor de seguridad nacional del presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, trasladó a Trump en una visita a la Casa Blanca una invitación de Kim Jong-un a negociar sobre su programa nuclear. Trump aceptó al instante.

El presidente de EEUU dio ese paso sin consultar con sus asesores en profundidad. Instó a Chung a salir a hacer unas declaraciones a la prensa. Y este habló del supuesto compromiso de Kim con la “desnuclearización”, aunque también dijo “bajo las condiciones apropiadas”. No está claro si el surcoreano exageró la oferta de Corea del Norte o no tenía todos los detalles sobre lo que ponía sobre la mesa. Tampoco se sabe si Trump entendió bien qué quiere decir "condiciones apropiadas" para el régimen norcoreano.

Desde ese momento el tono cambió. Los dos líderes no solo moderaron su lenguaje, sino que empezaron a salpicarlo de alabanzas. Se fue gestando la histórica cumbre, que se organizó para el 12 de junio en Singapur. Y avanzó el acercamiento diplomático, con al menos dos visitas a Pyonyang de Mike Pompeo, ahora secretario de Estado de Trump, que se vio en persona con Kim. Entre los primeros logros: la liberación de tres estadounidenses que Corea del Norte mantenía presos, un gesto de buena voluntad del mandatario asiático.

Dos visiones de la desnuclearización

El problema, no obstante, es que Washington y Pyonyang no entienden de la misma forma el objetivo de la cumbre, y la desnuclearización cobra sentidos y caminos diferentes. Algunas de las últimas declaraciones de Trump apuntan a que asume que tendrá que ser, en cualquier caso, gradual.

Trump ha sumado además a su equipo a John Bolton, un halcón que durante la Administración de George Bush abogó por el cambio de régimen y que solo meses antes de llegar al cargo de asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca seguía insistiendo en su apuesta por un ataque preventivo con un ensayo titulado El caso legal para atacar a Corea del Norte primero.

Fue Bolton quien, en una intervención televisiva a finales de abril, puso sobre la mesa "el modelo libio”. Y aunque quizá hacía referencia al pacto alcanzado por EEUU con Muamar Gadafi en el 2003 para poner fin a su programa nuclear, hizo inevitable recordar su final: el dirigente acabó depuesto en el 2011 y asesinado por grupos de rebeldes apoyados por Washington. Es lo mismo de lo que habló esta semana el vicepresidente Mike Pence, indignando a Pyonyang. Y aunque Trump ha tratado de alejar esos fantasmas, él mismo dijo la semana pasada que "lo más posible es que sea el modelo si no llegamos a un acuerdo".

Ego y personalismo

Trump se juega algo de su enorme ego y el retrato que durante décadas ha tratado de trazar de sí mismo como el maestro de la negociación. Y también se ha visto superado por factores de poder de la región que escapan a su control.

En dos ocasiones al menos ha criticado al presidente de China, Xi Jinping, al que atribuye haber influido negativamente en Kim. Pero son críticas moderadas. EEUU está inmerso en negociaciones bilaterales con Pekín que por ahora han logrado frenar una guerra comercial (aunque ha tenido que ceder más de lo que ha conseguido). Y Trump parece no querer dañar la buena sintonía personal que ha alcanzado con Xi.

El otro día habló de este como "un jugador de póker de primera clase". Este viernes cuando le han preguntado si piensa que Kim está jugando, Trump ha dicho que "todos jugamos". Asusta pensar que él lo hace sin manual, en un terreno real, cuando hay cartas que son armas nucleares y del resultado dependen vidas humanas.