Vietnam, Singapur y Corea del Norte. Donald Trump y Kim Jong-un apuntalan su amistad, engordan sus álbumes de fotos y amontonan históricas citas sin que se aprecien tangibles avances en el proceso de desnuclearización. La jornada quedará en las hemerotecas: Trump es ya el primer presidente estadounidense en pisar suelo norcoreano.

Trump avanzó con solemnes andares hacia el icónico escalón de cemento que separa ambas coreas en la Zona Desmilitarizada. Ahí le esperaba la sonrisa de Kim y su invitación para adentrase en terreno oficialmente enemigo. Fueron apenas unos pasos adelante entre los flashes de la prensa antes de regresar a la orilla surcoreana de Panmunjon.

Encuentro improvisado vía Tuit

La reunión, cumbre o simple cita de dos amigos se había cocinado el día anterior en un tuit de Trump desde la cumbre del G20 en Osaka. Aclaraba el presidente que no le importaría aprovechar su visita a Seúl para acercarse a la frontera y saludar a Kim. Es fácil imaginar el ataque de nervios en la ortodoxa diplomacia norcoreana, alérgica a la improvisación y empeñada en discutir incluso la anchura de las mesas de negociaciones, pero accedió a las pocas horas.

Se esperaba que un puñado de minutos bastarían para condensar saludos, abrazos y alguna declaración protocolaria. La reunión, sin embargo, se alargó casi una hora. De ahí salió el acuerdo de retomar el diálogo después de la fracasada cumbre de Hanói. Los equipos de negociación se reunirán en dos o tres semanas, informó Trump. Incluso invitó a Kim a devolverle la visita.

"Cuando empezamos a negociar, dos años atrás, el mundo era un lugar mucho más peligroso. Sobre Japón volaban misiles norcoreanos y había amenazas sobre bombardear la base de Guam. Y él y yo nos enzarzamos en un diálogo áspero. Lo que ha pasado aquí es bueno para Corea del Norte, para Estados Unidos y para el mundo", señaló Trump. Un día "legendario", subrayó.

Por diálogo áspero se refería a los insultos cruzados (hombre cohete por un lado, viejo chocho por el otro) y las recíprocas amenazas de destrucción inminente. El cuadro actual, con dos líderes que se citan un domingo a la hora del almuerzo, es menos inquietante que aquel. Pero son discutibles los avances en un proceso de desnuclearización norcoreano que Trump, antes de la primera cumbre de Singapur, había anunciado como total, inmediato e irreversible.

Baño de realidad

La realidad ha golpeado a Trump. La cumbre de Singapur terminó con declaraciones ampulosas y ninguna concreción. De Hanoi se levantaron ambos líderes sin ningún acuerdo y ofreciendo versiones opuestas: Corea del Norte exigía el levantamiento de todas las sanciones a cambio de desmantelar su planta nuclear de Yongbyon, dijo Trump. Pionyang aseguró que sólo aludió a las sanciones civiles que castigan a su población. Los expertos juzgan más creíble la segunda versión.

El proceso permanece gripado desde entonces. Los halcones de Washington airean soluciones hostiles y Corea del Norte ha lanzado algunos misiles de corto alcance y advertido de que su paciencia se agotará a finales de año. A Pionyang le desespera que todos sus gestos de buena fe no han sido premiado aún por Washington con el levantamiento de una sola de las sanciones que ahogan su economía.

Trump ha desdeñado hoy los alarmantes indicios de un proceso mortecino. Los recientes misiles, ha revelado, son "pequeños". "Casi todos los países los tienen, lo importante es que no ha habido ningún ensayo nuclear", ha continuado. Y sobre las sanciones se ha mostrado optimista de levantarlas en algún momento de las negociaciones.

La reunión de hoy subraya que los esfuerzos de Trump son "una farsa", opinaba en Twitter el experto Robert Kelly: improvisada en el último minuto, planeada para la televisión y empujada por el ego presidencial. "Un espectáculo de payasos", resumía. Victor Cha, un antiguo asesor de la Casa Blanca, aseguraba que la jornada sólo será "histórica" si conduce a un acuerdo verificable y un tratado de paz. "De lo contrario sólo habrá un puñado de bonitas fotos y pompa".

Trump respondió a las preguntas de la prensa acompañado de Moon Jae-in, el admirable presidente surcoreano que ha hecho de la paz en la península su objetivo vital. Moon soportó los insultos de Trump y Kim en los días más duros con paciencia franciscana y ha reconducido desde la sombra el proceso cada vez que asomaban las turbulencias. Su callada labor es un saludable contraste a los dos presidentes más ególatras del planeta.