Desde que Donald Trump llegó a la Casa Blanca empezó a mover sus piezas con la vista siempre puesta en la reelección. En los últimos meses, con su campaña zarandeada por la crisis sanitaria y económica del coronavirus y también conforme el país vivía las mayores protestas contra la injusticia racial en décadas, el mandatario fue intensificando movimientos para deslegitimar el proceso. Las alarmas se desataron y estaban justificadas. En los dos últimos días, con el mundo aún aguantando la respiración ante un farragoso recuento de infarto que acerca al démocrata Joe Biden a la Casa Blanca pero que también demuestra la fortaleza de sus apoyos, Trump ha lanzado el jaque a la democracia que muchos temían y predecían. Y lo mantiene e intensifica, sin dar señales de estar dispuesto a echar marcha atrás, por más explosivo que resulte en un país polarizado hasta el extremo.

Uno de los teatros de esta guerra está en los tribunales. Allí los abogados del presidente están planteando diversos retos que van desde pedir que vuelvan a contarse las papeletas donde ha perdido por solo unos miles de votos a solicitar que se detenga el proceso legítimo para contarlas en lugares donde su ventaja se va erosionando conforme se cuentan votos por correo. Pero hay otro teatro en el que Trump se mueve con peligrosa pericia: el de la desinformación y el de la agitación de sus bases más radicales.

Desinformación

Este jueves, menos de 48 horas después de que cerraran las urnas, Trump redoblaba sus denuncias, sin pruebas, de fraude electoral, un fenómeno que en EEUU es como mucho anecdótico y del que no se han detectado casos significativos en estos comicios. Volvía a reclamar también que se cometa una ilegalidad: detener el recuento de las papeletas, un proceso laborioso que este año se ha complicado aún más por la avalancha de voto por correo en medio de la pandemia, por normas en algunos estados que no permitieron empezar a procesar y contabilizar esas papeletas hasta el día 3 y por los calendarios ampliados en lugares como Pensilvania para recibir esos votos.

Trump lanzaba la arenga primero en Twitter, en las mayúsculas que en protocolo digital representan gritos. Luego, y para sortear las alertas sobre desinformación con que la red social está etiquetando esos mensajes o los falsos en que clama victoria en estados donde no se ha determinado oficialmente un ganador, lo reiteraba a través de una declaración firmada, escrita también en mayúsculas, que distribuyó su campaña.

De la "paciencia" de Biden a la agitación

Mientras el candidato demócrata Joe Biden pedía "paciencia” y aseguraba sentirse “bien" sobre sus posibilidades, que su campaña identifica como una victoria "inminente" y que les ha llevado ya a lanzar una web para la transición, el mensaje público de Trump es el de agitación. Y llega mucho más allá de sus 88 millones de seguidores en Twitter gracias al altavoz y la atención mediática que le da la presidencia. En una comparecencia este jueves por la noche mientras sigue el recuento de votos, Biden ha pedido "calma" y ha afirmado que "cada papeleta debe ser contada". "Nadie ni nada más elige al presidente de Estados Unidos de América, por lo que cada papeleta debe ser contada", ha indicado desde Wilmington (Delaware).

Él y sus más cercanos aliados, junto a una floreciente e influyente maquinaria de medios ultraconservadores y 'pseudomedios' de extrema derecha, están encargándose de contribuir a propagar desinformación y teorías conspiratorias. Y como ha recordado el columnista de 'The New York Times' Nick Kristof, ahora son el propio Trump, su hijo Eric o la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Kaleigh McEnany, quienes están sembrando la confusión y la desconfianza en el sistema de EEUU que fueron las causas por las que se imputó a piratas informáticos rusos acusándoles de librar una “guerra de la información” durante la campaña de 2016.

Cada mensaje de Trump agitando las acusaciones sin base de fraude y hablando directamente de "robo"” anima a sus más enfervorizados seguidores, que en algunos casos han ido ya a manifestarse frente a lugares donde se realizan recuentos de voto, donde también convergen quienes defienden que se cuenten todas las papeletas y se respete el proceso democrático. Y de momento no se han cumplido los miedos de quienes temían que estallara el polvorín que son los profundamente divididos y desproporcionadamente armados EEUU, pero la tensión palpita a flor de piel.

Esas tensiones no se verán rebajadas por decisiones como la del Departamento de Justicia, politizado profundamente durante el mandato de Trump gracias a la colaboración del fiscal general William Barr, que distribuyó entre fiscales un mensaje en el que recordaba que tiene autoridad para enviar a agentes federales armados a centros de recuento de voto para “responder a, investigar o evitar crímenes federales”. El correo electrónico se envió una hora antes de que Trump, en su única comparecencia pública hasta ahora, en la madrugada tras las elecciones, se declarara falsamente ganador.