El pacto multilateral alcanzado en 2015 con Irán para que frenara su programa nuclear militar sigue vivo, aunque Donald Trump le dio ayer un golpe que por primera vez pone en peligro su supervivencia. El presidente de Estados Unidos anunció que no certificará que Teherán está cumpliendo con el acuerdo que gestó su predecesor, Barack Obama, y que él ha denunciado repetidamente como «el peor» de la historia. No ha llegado, no obstante, a abandonar el acuerdo, ni a forzar su ruptura. Lo que ha hecho es dejar en manos del Congreso la decisión de si volver a imponer sanciones que se suspendieron como parte de lo acordado, castigos que sí representarían la muerte del acuerdo.

Trump revistió el anuncio de un lenguaje endurecido hacia Irán, una retórica de denuncia y enfrentamiento que ya mostró en su discurso ante la Asamblea de Naciones Unidas en septiembre. Ha sumado también una importante y contundente medida de castigo unilateral: la imposición de sanciones a la Guardia Revolucionaria por apoyar al terrorismo.

A la hora de abordar el acuerdo del que forman también parte Rusia, China, Francia, Reino Unido y Alemania, no obstante, ha adoptado ciertas dosis de mesura. Y aunque volvió a calificarlo como «una de las peores y más desequilibradas transacciones en las que ha participado EEUU», denunció sus «serios fallos» y acusó a Irán de estar violando no sus condiciones textuales pero sí «el espíritu», demostró haber escuchado a las voces moderadas en su equipo que le instaban a no romperlo. «Lo que está hecho está hecho y por eso estamos aquí», llegó a decir.

Trump da margen al Congreso para que, en el plazo de 60 días (lo que marca la ley que puso en manos de las Cámaras la gestión del acuerdo), intente imponer nuevas condiciones a Irán, una especie de líneas rojas que abordarían temas como las pruebas con misiles balísticos o la idea de hacer permanentes las limitaciones temporales que se habían impuesto al programa nuclear militar de Teherán. Llamó también a la negociación esas nuevas líneas rojas con lo que llamó «nuestros aliados», posiblemente pensando más en Francia, Reino Unido y Alemania que en China o Rusia.

Amenaza y beligerancia / El triunfo por ahora de la línea moderada de su Administración, no obstante, no puede tomarse como garantía de nada. Trump dijo que si no se logra el acuerdo en el Congreso o con los aliados EEUU dará por terminado el pacto con Irán. Y recordó además, amenazante, que en cualquier momento puede tomar la decisión unilateral de romper. «Está bajo continua revisión y nuestra participación puede ser cancelada por mí, como presidente, en cualquier momento», recordó.

Es un mensaje en consonancia con una intervención beligerante dirigida no solo a Teherán sino, también en buena medida, a la base de sus votantes a los que durante meses ha prometido la línea dura. Y para ellos realizó un oscurísimo retrato de un régimen que describió como «fanático» y «radical», responsable de «esparcir muerte, destrucción y caos en todo el mundo», que fomenta guerras civiles en Irak, Yemen y Siria y apoya y financia grupos terroristas.

«Dado el pasado y presente asesino del régimen no debemos tomar a la ligera su siniestra visión para el futuro», dijo en un momento de la intervención, en la que también aseguró: «No seguiremos en el camino cuya predecible conclusión es más violencia, más terror y la amenaza muy real de la erupción nuclear de Irán».

advertencia europea / Los diplomáticos europeos advirtieron de que cualquier cambio que Estados Unidos realice de forma unilateral hará saltar por los aires el acuerdo. Federica Mogherini recordó a Trump que el pacto fue ratificado por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y que él no tiene autoridad para revocar aquella resolución. Y solo Israel ha aplaudido el discurso de Trump, tras el que vuelve a volar no solo el fantasma de un Irán con armas atómicas, sino el de un conflicto nuclear en todo Oriente Próximo.