Se dice de Boris Johnson que es quizá el político conservador más famoso y posiblemente el más detestado del país. La controversia siempre le ha perseguido. A los 55 años, el personaje al que es imposible tomar en serio alcanza el principal objetivo en su vida: ser primer ministro. Era ya el plan del adolescente que hacía de las suyas en las muy elitistas Eton y Oxford cuando era estudiante.

Pero la elección de Johnson es de alto riesgo. La carrera de Bojo, como le apoda la prensa, está jalonada de incidentes y despropósitos. Tachado de charlatán, bufón, mentiroso e inconsistente, el personaje tiene más de celebrity que de líder. Sus detractores reconocen la capacidad que posee para llevarse de calle una gran audiencia, pero le echan en cara el actuar siempre guiado por una ambición desmesurada y en beneficio propio. «Se puede discutir si es un sinvergüenza o simplemente un pícaro, pero de lo que no hay duda es de su bancarrota moral y su podrido desprecio por la verdad», ha dicho de Johnson el antiguo director del Daily Telegraph, Max Hastings, que fue su jefe en los años 80. Johnson era por entonces corresponsal en Bruselas del diario conservador, puesto en el que practicó a fondo lo que ahora se conoce como fake news. Sus inventos, exageraciones y simples mentiras sobre la UE contribuyeron a crear una imagen distorsionada de Bruselas, que ha culminado con el brexit. La falta de escrúpulos volvió a quedar patente durante la campaña del referéndum. El infame autobús de Boris aseguraba falsamente que el Reino Unido mandaba a Bruselas 350 millones a la semana, dinero que podía ir a la sanidad pública.

La consulta fue su trampolín para abrirse paso hacia Downing Street. Después de pensárselo mucho, Johnson se inclinó a favor del brexit, para hacerse con el apoyo que necesita como líder entre los miembros del Partido Conservador. Su participación fue decisiva en el resultado. ¿Convicción u oportunismo? «El único interés que le mueve es su propia fama y gratificación», asegura Hastings.

A Johnson le gusta recordar su etapa como alcalde de Londres entre el 2008 y el 2015, mucho más que su desastrosa experiencia como ministro de Asuntos Exteriores. Johnson se embarcó, desoyendo la opinión de los expertos, en al menos ocho proyectos fracasados, como la creación de un puente jardín o de un nuevo aeropuerto en el estuario del Támesis.

Steve Norris, un antiguo candidato conservador a la alcaldía, considera que Johnson entraña «un enorme riesgo» como primer ministro. Johnson dice demasiado a menudo lo primero que se le pasa por la cabeza, mete la pata, insulta o hace comentarios que rozan el racismo. Ningún otro político hubiera sobrevivido a su largo historial de deslices. En su primer libro, en el 2002, comparó el matrimonio homosexual a la poligamia y el bestialismo.

De Hillary Clinton dijo que era como «una enfermera sádica en un hospital mental». También sugirió que Barack Obama, al ser «en parte de Kenia», tenía un «rechazo ancestral» por el Reino Unido.