En este país tan torturado por sí mismo, y por sus gentes, a veces se hacen las cosas bien. Tras el 11-M no se modificaron las leyes ni se señaló a la comunidad magrebí. Tampoco sucedió después de los atentados de Las Ramblas y Cambrils. Queda como símbolo el abrazo de los padres de Xavi, una víctima de tres años del atropello en Barcelona, con el imán de Rubí. Sabemos diferenciar, menos cuando ventilamos nuestras diferencias históricas.

El presidente de EEUU, Donald Trump, no pierde ocasión para demostrar que tiene un serio problema de incontinencia en Twitter. No sabemos si le sobra arrebato o le faltan principios. Vinculó enseguida el atentado del martes en Nueva York a la inmigración para arremeter contra los demócratas por el sistema de loterías de visados; después anunció su deseo de enviar al presunto autor de la matanza a Guantánamo y más tarde pidió celeridad a la justicia y pena de muerte.

El uzbeco Sayfullo Saipov entró legalmente en el país en 2010 porque había ganado una de las visas por sorteo. Según ha admitido el fiscal general, Jeff Seasons, Saipov se radicalizó en EEUU; no entró en calidad de soldado del Estado Islámico (ES), entre otras razones porque el EI aún no existía. Su caso sería similar al de los autores de los atentados de Londres, París, Bruselas, Boston o Barcelona. La clave es investigar las vías de su radicalización: el entorno y los imanes a los que frecuentaba. Su ordenador y su teléfono podrían ofrecer pistas de cómo pasó de un chico que quería hacer las Américas a un odiador peligroso.

Este proceso de investigación es un engorro para el juego político de Trump y de sus aliados que tienen prisa por encontrar una distracción a las investigaciones del fiscal especial, Robert Mueller, sobre la pista rusa. El asunto no pinta bien.

Vuelve el presidente con idea de cerrar la entrada al país a inmigrantes procedentes de países islámicos, algo que choca con la justicia hasta que se defina el Supremo. En el programa de Sean Hannity, en la Fox News, el favorito de los supremacistas, se escuchó a David Clarke , sheriff del condado de Milwaukee, decir que las cadenas de televisión CNN y NBC, demás del The New York Times, The Washington Post y Huffington Post eran «simpatizantes de los terroristas». Ese es el nivel.

Trump y los supremacistas que le jalean no vieron terrorismo en la acción de Stephen Paddock en Las Vegas, donde mató hace un mes a 58 personas y causó heridas a otras 546. Es lo que se preguntan Max Fisher y Amanda Raub en el The New York Times. No había rastro del EI -pese a la exagerada reclamación de la autoría por parte de los islamistas- ni inmigrantes. Solo era un blanco desquiciado con acceso libre a armas que pudo acceder a una habitación de un hotel de lujo con un arsenal de fusiles.

Lo único que se escuchó del lobby que defiende el negocio de las armas en EEUU (NRA) fue decir que estaría a favor de una regulación del dispositivo bumb stock que convierte un arma semiautomática en automática. Pasada la primera emoción, ni eso. Caso cerrado hasta la siguiente matanza.

EEUU y algunos de sus aliados europeos están metidos en varias guerras en las que priman sus intereses estratégicos, no el bien de las personas que dicen proteger. No solo es el gas o el petróleo, como es el caso de Irak, sino la venta masiva de armas.

Hay conflictos complejos como el de Siria en el que los avances en el terreno se logran gracias al concurso de fuerzas militares que en un marco más amplio son enemigos. Son los casos de Irán y Hezbolá, la guerrilla libanesa chií. Son situaciones que requieren mucha mano izquierda, que es lo que le falta a Trump. Actúa como un elefante en la cacharrería. Esto no justifica ningún atentado, pero una de las enseñanzas del 11-S es que en la política del Far West el más fuerte también es vulnerable. Funciona mejor la cooperación silenciosa de Barack Obama, el único problema es que sus resultados son lentos, no rinden ventajas electorales, ni son prime time ni trending topic.

Mientras, pagan los de siempre, los refugiados que huyen de guerras. La mayor inseguridad global no procede del EI o Al Qaeda, sino de un mundo gobernado por un presidente impredecible en medio de una insoportable injusticia. La única buena noticia ha sido el gesto de un empleado de Twitter que en su último día de trabajo decidió borrar la cuenta de Trump. El mundo estuvo a salvo de testosterona durante 11 minutos, lo que tardaron en reponerla.