"Todo el mundo en la ciudad es un suicida / tiene una herida y es la verdad", solía cantar Charly García, ídolo del rock argentino y artista autodestructivo donde los haya, aunque al menos vive para contarlo. Tiene más de 60 años y un público usualmente juvenil que se sabe de memoria sus canciones en un país donde la mortalidad por suicidio en jóvenes y adolescentes se ha triplicado desde principios de los años 90 para convertirse en la segunda causa de muerte en esa franja de edad, solo superada por los accidentes de tráfico. Los últimos datos oficiales disponibles dan cuenta de que entre el 2015 y el 2017 casi 13 de cada 100.000 argentinos entre los 15 y los 19 años decidieron quitarse la vida. Los episodios de los hombres triplican a los de las mujeres. El problema es de tal calado que ha llamado la atención de Unicef.

El de Ariel es uno de los 450 casos registrados en el último informe estatal. Vivía en la periferia bonaerense, en una casa muy parecida a otras por su precariedad y la falta de un horizonte esperanzador. Tenía cuatro hermanos y un padre que lastimaba con saña a la madre. Los hijos lo echaron un día de la casa pero la violencia ya anidaba en ellos y los carcomía. Ariel se drogaba y no trabajaba. Abandonó la escuela y para poder consumir se convirtió en la ladronzuelo. La adicción lo llevó a un hospital psiquiátrico. Se quitó la vida a los 17 años tras varios intentos. Después de él lo hicieron dos de sus hermanos.

A Unicef le resulta más que llamativo el aumento del suicidio en ese rango de edad. Durante el período 2000-2004, en vísperas de la principal crisis económica y los años en los que se hicieron más visibles sus secuelas de marginalidad social, el 32% de los casos correspondió a adolescentes y jóvenes de entre 15 y 29 años. Un cuarto de siglo antes, la tasa era del 19%. El país fue saliendo de la crisis pero los beneficios de la inclusión no llegaron a todos y los problemas se intensificaron.

TENDENCIA INQUIETANTE

Las estadísticas informaban de una tendencia inquietante, señala Fernando Zingman, especialista en salud de Unicef. Claro que detrás de cada número hay una historia concreta como la de de Guille. Había crecido en el noreste del país, en la provincia de Misiones. Dicen que era muy sociable y que le gustaban las actividades artísticas. Le iba muy bien en la escuela y algunos docentes le auguraban un futuro prometedor. Pero la casa era un infierno y una condena. Una madre adicta y un padre violento. Un día les dijo a sus amigos que no lo esperaran porque tenía un partido de fútbol. Lo encontraron ahorcado antes de cumplir los 17 años.

Malena, vivía en Jujuy, otra provincia norteña, donde tenía una vida muy diferente a la de Guille. Su madre tenía una relación de pareja con un hombre casado. Juntos solían viajar y dejarla sola. La escuela no la colmaba. El novio tampoco. "Estoy triste", avisó a su pareja a través de un mensaje. También decidió ahorcarse a los 16 años.

FALTA DE RESPUESTAS

En las escuelas y los hospitales a veces no saben qué hacer cuando se enfrentan a una situación potencial de suicidio. O no la quieren ver. Al menos eso es lo que sugiere Zingman cuando dice que en las guardias hospitalarias se sutura una herida o se realiza un lavado gástrico sin indagar en las razones que llevaron a esos adolescentes a merodear el peligro. Las razones que pueden conducir a un joven a quitarse la vida no difieren de otros países: entornos económicos pauperizados, falta de control familiar, desmoronamiento afectivo por una pérdida, falta de expectativas, sensación de fracaso, dificultades de inserción social, educativa o laboral, una enfermedad mental que no ha sido debidamente atendida...

Unicef recomendó poner en marcha políticas públicas más eficaces tanto en las zonas de mayor densidad demográfica como en las más aisladas. El drama latente del suicidio se encuentra ahí con un límite que lo antecede: el feroz ajuste económico y sus efectos en las escuelas y otras instituciones del Estado. "La muerte y yo... / Y siempre Dios contra todos / Un pie en el tren / Y otro en el andén, ardiendo...", canta el Indio Solari, un septuagenario a quien adolescentes y no tanto admiran y siguen en masiva peregrinación. Alguno de ellos canta para sí y quizá teme ser uno de los próximos ángeles caídos.