El diagnóstico se ha agravado. El mundo sigue experimentado una pujanza incuestionable de "autócratas, ultraderechistas y explotadores de derechos humanos" que recurren a estrategias populistas "de odio e intolerancia" para hacer estallar los fundamentos de la convivencia democrática. La buena noticia es que se vislumbra una cura para este mal. Una sanación que surge del propio metabolismo afectado, una especie de anticuerpo impulsado por la soberanía popular para abortar la amenaza que le acecha. "Las nuevas alianzas de los gobiernos que respetan los derechos humanos, a menudo impulsadas por grupos cívicos y ciudadanos anónimos, están montando una resistencia cada vez más efectiva [contra este fenómeno]", revela Human Rights Watch en su Informe Mundial 2019, que analiza la situación en todo el mundo. Una "creciente resistencia" que ha elevado sensiblemente "el precio de las decisiones abusivas" adoptadas durante el año pasado, según la oenegé.

La amenaza no es muy diferente de otras conspiraciones antidemocráticas de otras épocas, pero sí hay una transformación en cuanto a las formas. "A diferencia de los dictadores tradicionales, los aspirantes a autócratas de de hoy, emergen de los propios entornos democráticos", alerta el informe. Poco importa la latitud geográfica, la mayoría de estos perfiles ultraderechistas siguen un patrón muy similar: erigirse primero en "chivos expiatorios" en peligro por culpa de minorías vulnerables a las que "se demoniza" en aras de lograr el mayor apoyo popular posible. Una vez logrado el objetivo, tratan de "debilitar los mecanismos que velan por el respeto a los derechos humanos y el Estado de derecho", como la condición de garantes de la independencia que se les supone al poder judicial y los medios de comunicación.

Nuevos líderes que buscan coartada para retirar a sus países de aquellos órganos supranacionales que pueden resultar un incómodo obstáculo para sus pretensiones. Y justo en ese ámbito es donde HRW reposa sus esperanzas, ensalzando el papel de Naciones Unidas, pese a las críticas de falta de eficacia recibidas desde diferentes ámbitos. "Pese a que muchos autócratas buscan debilitarla, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU ha dado pasos importantes para aumentar la presión [internacional] sobre Birmania, Arabia Saudí y Venezuela", destaca el informe. Una presión al alza que se ha centrado en "evitar un baño de sangre en Siria, resistir las tendencias autocráticas europeas y presionar para que se investigue la muerte del periodista saudí crítico con el régimen de su país Jamal Khashoggi".

No obstante, Kenneth Roth, director ejecutivo de la oenegé, pone el foco en que el reto sigue en niveles de máxima alerta ante el avance del populismo que sintetiza en varios ejemplos significativos. Roth habla del "gran riesgo para la seguridad pública" que representa la llegada al poder de Jair Bolsonaro en Brasil; la fruición con que Rodrigo Duterte alienta las ejecuciones en Filipinas; las estratagemas de Jaroslaw Kaczynski, "presidente de facto en Polonia", para controlar el poder judicial, o la decisión del ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, de cerrar los puertos a refugiados e inmigrantes, así como la habitual represión y la censura en Moscú y Pekín. También España se lleva repaso, junto a Croacia, Polonia, Grecia o Hungría, por "obligar a regresar a sus países de origen" a multitud de migrantes extracomunitarios, "incluso de forma violenta".

ARGUCIAS

Pero el análisis también rememora reacciones que han cambiado el guion despótico de líderes sin escrúpulos. Y habla de cómo el electorado ha "amonestado" a Trump en las elecciones de medio mandato por sus políticas segregacionistas y de criminalización de los inmigrantes, que también recibieron el varapalo público del presidente del Tribunal Supremo, John Roberts. De cómo los magistrados se aferraron a sus puestos para hacer estéril el intento de purga de Kaczynski. O de las protestas masivas en las calles de Armenia que obligaron a dimitir al primer ministro, Serzh Sargsyan.

No obstante, por encima de todos los protagonistas en singular, la oenegé enfatiza el efecto de la "resistencia multilateral", que atribuye en buena medida al papel de Naciones Unidas y otras entidades colectivas. "Ante la posibilidad de veto de EEUU, China o Rusia, la ONU ha recurrido al Consejo de Derechos Humanos para dirimir cuestiones apremiantes, como las acciones de lesa humanidad contra los Rohingyas en Birmania o los crímenes de guerra de Arabia Saudí (y sus proveedores de armas occidentales) en la guerra del Yemen.

HRW, no obstante, insta a no bajar la guardia y no dejarse arrastrar por las argucias de la extrema derecha y los movimientos populistas. Para muestra, se citan los ejemplos de Polonia y el este de Alemania, donde pese a haber una presencia muy reducida de inmigrantes, "algunos políticos de centro creyeron que la mejor manera de combatir la amenaza autocrática era imitarla", incluso a costa de incorporar "su retórica de odio y división". "Con esa estrategia fracasó estrepitosamente, por ejemplo, el ministro del interior de Alemania, Horst Seehofer, en las elecciones en Bavaria, donde la ultraderecha se impuso -recuerda el informe--. En contraste, los oponentes más contrarios al ideario de la extrema derecha, los Verdes, disfrutaron de un éxito sin precedentes".