Todo empezó, hace seis años, con una pintada en la pared de un colegio. Un grupo de niños de 14 años, con un spray, escribieron: «Es tu turno, doctor». Se referían al dictador Asad -oftalmólogo de profesión-, al cual, al inicio de la Primavera Árabe», según ellos, ya le iba tocando.

Fue en febrero de 2011 y los números, casi siete años después, con la guerra cerca de acabar, asustan: 6 millones de refugiados fuera de sus fronteras, 6,3 millones de desplazados internos, más de 400.000 civiles muertos, y un país, Siria, dividido y completamente arrasado.

A medio camino de la guerra, cercado por la oposición, Bashar al-Asad estuvo a punto de caer, pero Rusia e Irán fueron en su rescate. Ahora ya nadie discute que el dictador la ganará, que se mantendrá en el poder unos cuantos años más: que las ruinas de lo que antes fue Siria seguirán perteneciéndole.

Pero, aunque vaya a ganar la guerra, Asad aún no está cerca de controlar a todo su país. «Asad tiene una posición muy fuerte en el oeste, pero Siria está hoy mucho más fragmentada de lo que estaba, digamos, en 2014, antes de la campaña contra el Estado Islámico -dice Nick Heras, investigador del Centro para una Nueva Seguridad Americana-. Hay muchos más actores internacionales metidos en el país que antes: EEUU tiene a algunos miles de soldados ayudando al Ejército Libre Sirio y a los kurdos. Y Turquía controla la provincia de Idlib. Nadie de ellos ha dicho nada de marcharse del país. Y no parece que nadie, en el corto plazo, vaya a hacerlo. Asad tendrá el oeste, pero no controla nada más».

Las fuerzas del régimen, con el apoyo aéreo ruso y las milicias chiís comandadas por Irán, están presentes, sólo, en el 52% de Siria; y las perspectivas de que puedan controlar el resto, según Heras, son pequeñas.

«Asad habrá ganado la guerra estratégicamente, pero la lucha continuará por muchos años. Siria está dividida y destruida», explica el analista Julien Barnes-Dacey, miembro del ‘think tank’ European Council on Foreign Relations, que asegura que muchos grupos armados del país, tanto el EI como otros, seguirán existiendo. Pasarán, dice Barnes-Dacey, a una lucha insurgente, sin control de territorio. Pero, dice, seguirán ahí.

La reconstrucción

Además, no todas las guerras que se avecinan en Siria serán armadas. «La guerra por la reconstrucción ya ha empezado. Rusia quiere coordinarse con los BRICS -Brasil, India, China y Suráfrica- para reconstruir Siria, pero Trump no está dispuesto a ello. El Congreso de EEUU ya ha impuesto sanciones contra los BRICS. Es una forma de avisar a Asad: "Si haces que ellos te paguen la reconstrucción, te impondremos también sanciones a ti”», explica Heras, que considera que la prioridad de Trump no es echar a Asad por la fuerza, pero sí influir en Damasco para, así, alejarla de Rusia: un juego geopolítico para destruir un país y, luego, ganar dinero reconstruyéndolo.

Alguien, seguro, acabará levantando de nuevo Siria; pero, con Asad gobernando en Damasco, pocos querrán volver. Sus edificios estarán vacíos.

«Mientras él siga gobernando no voy a volver. Cuando la guerra acabe todo seguirá exactamente igual, con Siria dividida y Asad en Damasco. Ahora hace ver que él es muy bueno, que es un ángel, pero ha cometido barbaridades contra nosotros», dice Altair, un refugiado sirio que vive en Estambul.

El régimen es responsable de ataques contra civiles con armas químicas, además de infinidad de bombardeos contra civiles: es de Asad y no del EI de quien ha huido la mayoría de sirios que se encuentran fuera del país.

"Si me quedaba, me matarían"

Altair hace pocos meses que se fue. Estuvo, hasta casi el final, dando asistencia médica a milicias opositoras. «Me fui porque vi que allí ya no quedaba nada para mi. Me di cuenta que Asad iba a ganar la guerra, que si me quedaba y me capturaban, me matarían», explica Altair, que busca empezar de nuevo en Turquía.

Y mientras tanto, en Siria, el camino se entreve largo. «Recuperar la seguridad total del país y pacificarlo, hacer desaparecer las armas en manos de civiles no será una cuestión de algunos años. Será un esfuerzo generacional», explica Barnes-Dacey.