La pequeña república exsoviética de Georgia vive sumida en el caos desde el jueves por la noche, cuando decenas de personas resultaron heridas, algunas de ellas de gravedad, mientras intentaban penetrar por la fuerza en el Parlamento para protestar contra la visita de un diputado ruso.

La presidenta del país, Salomé Zurabishvili, acortó su viaje oficial a Bielorrusia y regresó a Tbilisi, la capital, mientras el speaker del Parlamento, Iraki Kobakhizdze, presentó su renuncia al cargo. La oposición, que acusa a los actuales dirigentes del país de tibieza frente a Rusia, exigió dimisiones adicionales, como la del ministro del Interior y la del jefe de los servicios de seguridad, además de exigir comicios generales anticipados.

Intentando apaciguar los encrespados ánimos de la oposición, la presidenta Zurabishvili enfatizó que de esta polarización actual solo sale beneficiado al Kremlin, al que muchos ciudadanos georgianos consideran como un poder opresor e imperial.

El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, se despachó a gusto contra los manifestantes y aseguró que llegó a peligrar la seguridad del legislador Andréi Gavrílov, cuya intervención parlamentaria desencadenó los disturbios.

DISCURSO EN RUSO / El origen de la crisis se halla en la intervención de Gavrílov ante el legislativo georgiano en la jornada inaugural de la 26º sesión general de Asamblea Interparlamentaria Ortodoxa. Indignando a gran parte de la clase política y la ciudadanía georgiana, el parlamentario se sentó en el lugar reservado para el presidente y pronunció su discurso en ruso, un idioma que muchos de los lugareños conocen pero que es vinculado a una fuerza hostil.

Ante lo sucedido, los simpatizates de la oposición se lanzaron a la calle. Las relaciones con Rusia polarizan la sociedad georgiana. Moscú apoya claramente a los separatistas de Osetia del Sur y Abjasia, bajo soberanía de Georgia, ya ha reconocido sus respectivas declaraciones de independencia e incluso ha estacionado tropas en estos dos territorios díscolos.