El sonido de las campanas se han confundido con la voz del muecín llamando a la oración desde los minaretes. A las 18:09 horas, Beirut se ha sumido en el silencio. Las labores de limpieza ciudadanas se han detenido, y los gritos de rabia en las protestas contra una clase política ausente se han acallado. Justo una semana después de la explosión que ha cambiado al país para siempre, los libaneses recuerdan a sus 163 muertos y a los 6.000 heridos. Poco después la cólera ha vuelto a las calles. Y es que pese a la renuncia del Gobierno del primer ministro Hasán Diab, el mutismo sigue dominando a una clase política incapaz de esclarecer por qué Beirut voló por los aires. Por qué había 2.750 toneladas de nitrato de amonio almacenadas en el puerto desde hacía seis años sin las medidas de seguridad adecuadas, quién las puso ahí, de quién son.

Todos es todos. La dimisión en bloque del gobierno Diab no ha sido suficiente para una ciudadanía destrozada tras la explosión del puerto de Beirut. El clamor de la sociedad libanesa exige la caída del régimen, la completa renovación de un sistema podrido. Una de las muchas incógnitas que se repite es si el Líbano, país que este 2020 cumple el centenario de su creación, será capaz de concretar este cambio. Sus gentes lo creen, no ven otra alternativa, y los donantes internacionales lo exigen, pero la breve historia del Estado pone en duda un escenario distinto.

Los actos de duelo conviven con las dudas sobre el futuro inmediato del país. La historia reciente del Líbano demuestra que un nuevo Gobierno nunca ha implicado un verdadero cambio. En su intento de mantener el equilibro entre comunidades religiosas, el régimen político perpetúa en el poder a los mismos señores de la guerra que se enfrentaron en la larga contienda civil (1975-1990). "Es casi imposible considerar e incluso imaginar que la explosión arrasará con la clase política en el poder", ha dicho Jeffrey G. Karam, politólogo de la Universidad Libanesa Americana en Beirut. "La clase dominante absorberá el impacto, la ira, la frustración y explotará la sangre", ha advertido. En su opinión, los políticos "prometerán soluciones a corto plazo".

El pasado octubre las calles ya hablaron. En su denuncia contra la corrupción y la crisis económica, unas protestas multitudinarias sin precedentes reclamaron la caída del sectarismo en el país. El sistema sectario se basa en unos regateos constantes sobre la distribución de carteras que suelen durar muchos meses. La renuncia del Gobierno de Diab, en el poder desde enero por la dimisión del Ejecutivo de Saad al-Hariri por las manifestaciones, puede volver a situar al país en el punto de partida. El peor escenario es un gobierno de unidad nacional, integrado por los tecnócratas e independientes, pero formado por los partidos, ha denunciado Karam.

ABANDONAR EL PODER

Dos gobiernos derrotados por el pueblo en nueve meses. Ahora el presidente Michel Aoun se ve obligado a consultar con los grupos parlamentarios quién debe ser el próximo primer ministro. Mientras, Diab seguirá en funciones. Las protestas de los últimos días han exigido la renuncia de Aoun y del presidente del Parlamento, Nabih Berri, quiénes no han mostrado ningún interés por abandonar el poder después de la mortífera explosión. Cumplir con el mandato de emprender las reformas que el pueblo libanés ha exigido y que los donantes internacionales han establecido como condición para un paquete de rescate económico se presenta difícil, según Sam Heller, asesor para el International Crisis Group en Beirut.

Con el recuerdo de la guerra civil presente, muchos miran hacia la poderosa milicia chií Hizbulá cuya posición es clave para el futuro del país. "La inmensa presión acumulada sobre el sistema, la urgencia de la situación humanitaria así como la necesidad de reformas podrían empujar a Hizbulá a considerar la opción de validar un gabinete integrado por ministros independientes", ha afirmado Emile E. Issa, politólogo libanés y consultor de comunicación de la fundación Kamsyn. "De lo contrario, un endurecimiento de Hizbulá, sumado a una movilización que aumenta día a día de los manifestantes y de la población que siente que no tiene nada más que perder, quizás podría generar miedo y desestabilización del escenario interno", ha concluido.

Las reformas no solo se exigen desde las pancartas instaladas entre las ruinas de Beirut, sino que son los cheques a pagar para garantizar la supervivencia del país. "Será muy difícil evitar las reformas estructurales que la comunidad internacional está pidiendo como requisito previo para cualquier ayuda", ha declarado el politólogo Bassel Salloukh. En el 2018, una conferencia internacional de ayuda organizada por Francia recaudó unos 11 mil millones de dólares. Pero estos fondos nunca fueron liberados por falta de reformas. Después de la explosión, los políticos libaneses ya no tienen margen de maniobra. "¿Desarraigará el sistema político? No, pero podría obligarlo a hacer las concesiones a las que se resistieron", ha concluido Salloukh.

Mientras las ayudas empiezan a llegar, el Líbano bate récords en personas infectadas por el coronavirus, con 294 nuevos casos detectados el pasado domingo. La alarma alimentaria también ha saltado este martes con las proyecciones de las Naciones Unidas que prevé la escasez de pan en dos semanas ya que el 85% del grano del país entraba por el hoy desaparecido puerto. En las próximas semanas llegarán 50.000 toneladas de harina de trigo para evitar el desastre humanitario.