Macky Sall parte como favorito en las elecciones presidenciales que se celebran este sábado en Senegal. Sin embargo, se enfrenta a dos grandes desafíos: la pérdida de popularidad a causa de promesas sociales y económicas incumplidas que le sentaron en la silla presidencial en el 2012 y una fuerte oposición encarnada en la figura de Ousmane Sonko, un funcionario de Hacienda Pública, considerado una revelación política de los últimos años al defender una posición antisistema, desvinculado del poder y, por tanto, de la élite corrupta.

El discurso de Sonko lleva la voz de los indignados desempleados, de los migrantes de la diáspora retenidos en el dorado económico de Europa y de los intelectuales que vienen criticando un país hipotecado a las compañías francesas en lugar de promover los inversores nacionales. Los resultados de estos comicios reflejarán la continuidad o la ruptura con un modelo político estable para el exterior —no solo por su lento crecimiento económico sino también por ser de los pocos países seguros en la llamada «frontera sur de Europa— y deficiente de cara a la población senegalesa.

ATENAZADOS POR OTROS PAÍSES

«Cierto que con Maky Sall hemos visto en Senegal nuevas infraestructuras, más de las esperadas, pero se le reprocha que su agenda se haya sometido a los intereses de Francia, de Turquía e incluso de Marruecos, cuando realmente existe un potencial nacional que podría dinamizar nuestra economía nacional», aseguró en El Periódico, Bécaye Faye, profesor de Historia del Instituto de Gandiol (al norte de Senegal). Faye, 42 años, representa la clase intelectual senegalesa que reivindica, por una parte, salir de la moneda (franco CFA), una herencia colonial que comparte con otro siete países de la región del África y, por otra, divorciarse del modelo neoliberal que impide a los países africanos emerger y competir en el mercado mundial. «Senegal cuenta con un importante capital humano desdeñado, la fuerza de este país reside en la juventud mal gestionada, lo que explica el éxodo de nuestra gente hacia Europa», añadió.

Aunque Ousmane Sonko recoge el descontento de una gran masa de jóvenes, desempleados y clases medias, juega en desventaja con respecto al presidente Maky Sall, quien se apoya fundamentalmente en la red de las cofradías religiosas, la tijanía y la mouradiya, los pilares sobre los que se sustenta el poder central. Durante la campaña electoral el opositor Ousmane Sonko no se ha definido como un «cofrade», la esencia de la sociedad senegalesa de confesión musulmana, en su mayoría, vinculada al sufismo (la parte mística del Islam). Este detalle le ha servido al equipo presidencial de Sall para desacreditar la imagen de Sonko quien, en numerosas ocasiones, ha sido acusado públicamente de adherir las ideologías rigoristas de los países del Golfo.

Por su parte, Maky Sall, apoyado por las clases sociales más desfavorecidas situadas, sobre todo, en los entornos rurales del país africano, que se han beneficiado de importantes ayudadas sociales, cuenta las horas para su primera vuelta electoral. «Si no vence a su principal rival en la primera ronda, se cumplen sus peores pronósticos», explicó a este diario Paul Ndiaye, investigador de la Universidad de Cheikh Anta Diop de Dakar, para quien Sonko representa la nueva corriente populista de un discurso sin propuestas reales.