El debate nacional lanzado por Emmanuel Macron para calmar la cólera de los chalecos amarillos ha rebajado la temperatura de la crisis que estalló hace dos meses en protesta por la subida del precio de los carburantes, pero no impide que los más aguerridos mantengan el ritual de desfilar cada sábado por París y las principales ciudades francesas.

No obstante, la movilización se debilita. Las medidas adoptadas por el Gobierno en diciembre, el frío, la orden policial de desmantelar las rotondas, las escenas de violencia y el cansancio tienen un reflejo en las cifras de manifestantes: de 282.000 el 17 de noviembre -primer acto de la revuelta- a 70.000 el pasado 26 de enero.

Eso no quiere decir que las razones del malestar desaparezcan, advierte el sociólogo Alexis Spire, autor en el 2018 de una macroencuesta sobre las desigualdades fiscales titulada Resistencia al impuesto. Vinculación al Estado. "Hay signos que hacen pensar que el movimiento puede cobrar un nuevo impulso. El riesgo es que vuelva con más fuerza tras el debate si las cosas no cambian", Spire.

A su juicio, si Macron se limita a responder con reformas institucionales -introducir una dosis de proporcionalidad en las elecciones legislativas o ampliar el recurso del referéndum- reducirá la crisis a una dimensión política sin atajar la desigualdad social y fiscal que está en el origen del descontento.

HETEROGENEIDAD

Nacido en las redes sociales al margen de partidos políticos y sindicatos, el movimiento también evoluciona. Ahora es ideológicamente más heterogéneo y está más dividido desde el punto de vista estratégico, observa el politólogo de la Universidad de Niza Gilles Ivaldi.

De las reivindicaciones iniciales, centradas en el poder adquisitivo, se ha pasado a peticiones de carácter político, como el referéndum de iniciativa ciudadana o la supresión del Senado. Las escisiones también se multiplican sobre el futuro del movimiento, como muestran las reacciones adversas al anuncio de una lista de chalecos amarillos en las elecciones europeas del próximo mayo.

ANTIPOLÍTICA

"Hay una corriente fuertemente antipolítica que no cree en la lógica representativa y otra, que tampoco es homogénea, favorable a una expresión más estructurada. Es el mismo debate que tuvieron los movimientos de ultraderecha hace 40 años: o quedarse en el activismo o constituirse en partido para entrar en el juego democrático".

Albert Ogien, investigador del Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS) en el Instituto Marcel Mauss, añade que las reivindicaciones difieren en función del territorio y que, allí donde el partido de Marine Le Pen es fuerte, como el sureste y el norte, en los campamentos de chalecos amarillos montados en las rotondas había eslóganes contra inmigrantes y extranjeros.

"Entre los chalecos amarillos hay gente que no vota y no tienen ningún compromiso político, pero también hay núcleos de militantes que no se presentan como tales. El partido de Le Pen ha jugado a no aparecer al frente del movimiento, pero sus militantes estaban ahí", dice Ogien.

UNA FRANCIA DIVIDIDA

En todo caso, según Ivaldi, el fenómeno refleja la clara división sociológica y geográfica que se vio en el duelo presidencial entre la candidata ultraderechista y Emmanuel Macron en mayo del 2017. "Se oponían dos Francias, una liberal, burguesa, cosmopolita, urbana, más joven y diplomada y otra más periférica y popular. Los chalecos amarillos no son únicamente eso, pero coincide algo con eso", agrega el experto. Y aporta otro dato: ni siquiera los dos grandes partidos populistas franceses -la Izquierda Insumisa y Reagrupación Nacional- son capaces de responder a las demandas de los chalecos amarillos. "Es un movimiento espontáneo que no pasa por los canales de esos partidos".

Para Spire, se trata de una reacción a la crisis económica similar a la de los indignados en España, protagonizada, a su juicio, por clases medias y funcionarios que no tienen nada que ver con los movimientos populistas. "Tienen la idea de que existe una connivencia entre el Estado y los intereses económicos multinacionales. En Francia, Macron es la síntesis de esa sospecha, porque viene de la banca y se ha convertido en el presidente de la Republica", dice Spire.

En ese contexto, ¿cuál es el margen de maniobra de Macron una vez finalizado el paréntesis de la gran consulta nacional? "El debate calmará los ánimos, y puede tener un efecto positivo sobre su popularidad, pero nada indica que las políticas vayan a cambiar para resolver los retos que han puesto encima de la mesa los chalecos amarillos", explica Ivaldi. "La única ventaja de Macron respecto a sus predecesores es que está solo --añade--. No hay una oposición estructurada. No hay ni a derecha ni a izquierda un partido de gobierno creíble".