Fue el líder aupado para pilotar la revolución sandinista que derrocara la dictadura de Somoza y sentara los cimientos de una Nicaragua de progreso. Hoy, Daniel Ortega protagoniza ahora un giro en su segunda etapa en el poder que le acerca mucho más a la tiranía somozana que al joven revolucionario en el que todo un país depositó sus sueños. El balance es de impacto en los dos meses transcurridos desde que comenzaran las protestas contra el dirigente, con una reforma contra la seguridad social como detonante: al menos 215 muertos, más de 1.500 heridos y unos 440 detenidos de manera arbitraria y sometidos a torturas. Tal es la desesperación que un grupo de activistas ha iniciado un periplo internacional para denunciar la situación de su país y reclamar una respuesta global que zanje la represión y la violación de derechos humanos.

Esperanzas incipientes se han depositado en la flamante Mesa del Diálogo, que aglutina a representantes del Gobierno, estudiantes, trabajadores, empresas y a la Iglesia, principal impulsora de la iniciativa. La Conferencia Episcopal propone a Ortega invitar a representantes de la Organización de Estados Americanos (OEA), de Naciones Unidas y de la UE a investigar las 215 muertes «perpetradas por policías y grupos parapoliciales» en estos dos meses.