Aunque el esfuerzo haya pasado en buena parte desapercibido -consumido por noticias sobre el caos en la Casa Blanca y los cambios en el Gabinete, la debacle legislativa de la arremetida republicana contra Obamacare y la perpetua sombra del Rusiagate-, Donald Trump está intentando dirigir el foco de la atención mediática y ciudadana creando «semanas temáticas». Ridiculizadas en privado incluso por personal de Ala Oeste, ha habido, por ejemplo, una dedicada a la infraestructura, otra al «hecho en América» y otra a los «héroes americanos».

Esta semana, en la misma línea nacionalista, ha estado centrada en «el sueño americano» y más que ninguna otra ha dejado claro que el presidente se dirige, sobre todo, a una parte clave de su base de votantes, el ciudadano blanco de clase trabajadora, y que, en esta era Trump, el American dream es solo para unos pocos.

El martes se filtró un documento por el que se ha sabido que el Departamento de Justicia se prepara para librar en los tribunales una batalla contra la discriminación positiva, una herramienta (respaldada por el Supremo) que facilita el acceso de minorías a las universidades. Un día después, Trump dio su respaldo público a una propuesta de ley que pretende recortar a la mitad la inmigración legal a Estados Unidos.

SIN GARANTÍAS / Las dos iniciativas enfrentan un arduo camino por delante para llegar a convertirse en realidades políticas, algo que no tienen garantizado. Son, no obstante, la última muestra de la corriente nativista, racista y de retroceso de los derechos civiles por la que está fluyendo la Administración de Trump y el propio presidente, que mantiene un índice de aprobación del 89% entre los republicanos más conservadores, prácticamente el mismo que cuando tomó posesión del cargo.

ESTUDIO DE VOTANTES / Para entender a quienes hablan Trump y su Gobierno (y por qué) conviene estudiar un análisis reciente sobre la composición de su electorado. En concreto, el estudio de Emily Ekins para el Grupo de Estudio de Votantes identifica cinco grupos. Y aunque porcentualmente los que más peso tuvieron en su victoria fueron dos tradicionalmente republicanos, los que Ekins llama «conservadores acérrimos» y «libremercadistas», la analista identifica como el núcleo central que le llevó a la victoria a los que denomina los «preservacionistas americanos».

De ellos, escribe Ekins: «Es mucho más probable que tengan un fuerte sentido de su propia identidad racial y que digan que su identidad cristiana es muy importante para ellos. Toman el enfoque más restrictivo en inmigración, oponiéndose vehementemente no solo a la ilegal sino también a la legal y apoyando intensamente el veto a los musulmanes. Son los que más ansiedad sienten sobre las relaciones raciales, creen que la discriminación contra los blancos es tan generalizada como otras formas de discriminación, tienen sentimientos más fríos hacia las minorías y creen que los americanos de verdad tienen que haber nacido en América o haber vivido aquí la mayoría de sus vidas y ser cristianos».

Ese grupo, fácil de identificar con Steve Bannon (el representante de la derecha radical que ha sobrevivido a las intrigas palaciegas de la Casa Blanca y se mantiene como estratega jefe), es el que menos garantías tiene de mantener su voto a los republicanos como partido. Y por eso Trump, pensando ya en su reelección, los cuida con sus palabras.

Nadie le está ayudando más a hacerlo que Jeff Sessions, el fiscal general. Aunque el retroceso en la protección de los derechos civiles y de minorías se siente en toda la Administración (desde en el Departamento de Trabajo o el de Educación hasta en la Agencia de Protección Ambiental), es en Justicia donde está teniendo más efecto. En seis meses, Jeff Sessions ha retrotraído políticas de la era de Obama sobre derechos de los homosexuales, derechos de voto (que protegen sobre todo a minorías) y reformas emprendidas tanto en la justicia penal como en la policía que también tenían un fuerte componente racial.

FISCALES EN LA FRONTERA / El fiscal general ha colaborado en el avance de la línea dura en inmigración, enviando fiscales a distritos en la frontera e intensificando la presión sobre las llamadas «ciudades santuario». «Ha sido todo lo que los conservadores podían haber soñado y los progresistas podían haber temido», constataba en The New York Times el decano de Derecho en la Universidad de California en Berkeley, Erwin Chemerinsky.