Mentiras, insultos y litigios contra el diario más poderoso de Alemania. El 2019 no ha empezado como Alassa Mfouapon se imaginó. En los últimos meses este refugiado camerunés de 29 años se ha acostumbrado a que su nombre y su cara aparezcan en las redes señalándolo un invasor negro, un ilegal, un hombre violento. Pero eso no significa que se resigne. Cansado de esas acusaciones, ha decidido plantar cara y denunciar al tabloide Bild.

A finales de enero, Alassa tuvo un motivo para sonreír. En una sentencia, el Tribunal Regional de Hamburgo le dio parcialmente la razón al dictaminar que el influyente tabloide alemán -el de mayor difusión en toda Europa- había publicado información falsa contra él. El 4 de enero, el Bild dedicó un reportaje en el que se aseguraba que Alassa había estado en el centro de los disturbios ocurridos en la localidad de Ellwangen el 30 de abril del año pasado, una afirmación sin fundamentos que ahora la justicia ha obligado a rectificar. No es una victoria para mí, sino para todos los refugiados, explica en una conversación por Skype.

Ese día un grupo de policías se dirigió al centro de recepción estatal para refugiados de Ellwangen para detener y deportar a un inmigrante togolés. Sus compañeros, entre ellos Alassa, se opusieron y los agentes terminaron no ejecutándola. Varios testigos aseguraron que fue una protesta pacífica mientras que la policía habló de amenazas. En todo caso, las acusaciones del Bild fueron tan infundadas que incluso la Fiscalía de Ellwangen y la policía de Aalen publicaron un comunicado conjunto en el que reiteraban que no había indicios de la participación de Alassa en la protesta y que no se había abierto ninguna investigación contra él.

DEMANDA

Tres días más tarde, el 3 de mayo, hasta 500 agentes se desplazaron al campo de Ellwangen para detener y deportar, ahora sí, al hombre togolés en un operativo que, según cuenta Alassa, generó miedo a sus residentes. A través de sus abogados interpuso una demanda contra el Estado de Baden-Württemberg al entender que la acción de la policía fue totalmente desproporcionada y, por lo tanto, ilegal. Sin embargo, la policía de Aalen remarcó que no se necesitaba ninguna orden, pues ya contaban con la aprobación del responsable del centro.

Tras la respuesta policial, Alassa y otros refugiados organizaron una manifestación pacífica para dar su versión y contrarrestar lo que salía en los medios. Poco después fue deportado a Italia sin permitirle llamar a su abogado, denuncia. Durante seis meses sobrevivió durmiendo en la calle y haciendo cola en organizaciones como Caritas para poder comer. Ahí no eres nadie, un indigente, inútil, explica. Por eso quise regresar a Alemania. Ahí, un grupo de amigos y activistas empezaron a manifestarse y a recoger firmas pidiendo su regreso.

MÁS MENTIRAS

La prohibición de entrada se extendía tan solo medio año. Al expirar, el 19 de diciembre, Alassa puso rumbo a Ellwangen para aplicar ahí su solicitud de asilo, un lento proceso que aguarda ahora junto a su mujer en el centro de refugiados de Karlsruhe. No puede salir de la ciudad, ni trabajar, tan solo esperar. Aunque su regreso fue feliz tardó poco en verse en el centro de una polémica no deseada. Su cara estaba en la portada de un diario con tres millones de tirada y unos doce millones de lectores, que le acusaba falsamente de entrar a Alemania en contra de la prohibición de entrada existente. Aunque la justicia reconoce que el Bild publicó una información presumiblemente errónea aceptó su explicación de que se basaba en una respuesta del ministerio del Interior de Baden-Württemberg.

Pocos días después, Alassa dio una entrevista a una periodista del Bild que solo se identificó tras obtener sus palabras. Sin su consentimiento, el diario publicó la charla con el escandaloso refugiado, una foto y el sitio donde vive. Eso es una violación de mis derechos, lamenta. Vinieron como si fuese un enemigo, a dejarme claro que no nos quieren aquí.

AMENAZAS DE LA ULTRADERECHA

La versión del Bild no tardó en propagarse por la red. El diario conservador Welt, también propiedad del grupo mediático Axel Springer, replicó que Alassa era el cabecilla de un grupo de refugiados y que había entrado ilegalmente. Esos mismos términos fueron usados por figuras de la derecha radical. El linchamiento en internet, donde hasta se le describe como un invasor negro, era una constante. Fuera, creció la difamación. El presidente del sindicato policial, Rainer Wendt, aseguró que debía estar entre rejas mientras que un diputado de la ultraderechista Alternativa para Alemania, Thomas Seitz, incluso utilizó su caso para rechazar el tabú de modificar el artículo 102 de la Constitución, el que se refiere a la abolición de la pena de muerte.

Herido y hundido, Alassa tardó en salir del centro. Aunque asegura que no fue nada fácil, decidió no leer más comentarios en internet y denunciar al diario. Quieren criminalizarme a mi y a otros refugiados, pero cuando más hablan de ti es cuando más fuerte debes ser, explica. La sentencia del tribunal y el apoyo de los suyos le mantienen en pie. Seguiremos luchando por nuestros derechos. De momento, los artículos del Bild siguen publicados.

EL PERIPLO DE ALASSA

Detrás de las cifras hay una historia. Como muchos otros refugiados, la de Alassa es triste. Con tan solo 25 años este chico tuvo que huir de su país junto a su mujer y su hijo de dos años. Un musulmán y una cristiana juntos no era bien visto. Argelia fue su primero destino y su primera decepción. Tras un año y medio escondidos ahí supieron que iban a ser deportados y optaron por huir a Libia, pero al cruzar la frontera fueron separados. Él fue capturado por una milicia y terminó en una prisión. Pasó un año entre rejas y aislado de los suyos pero consiguió que su madre le mandase una fianza de 1.500 euros.

Al salir las noticias no fueron mejores. Tras ser separados en la frontera su mujer había logrado escapar pero al intentar cruzar el Mediterráneo su bote sufrió un accidente y su hijo murió ahogado. Alassa se subió a uno de esas pateras y llegó a Italia, en cuyas calles vagó durante cuatro meses. Presentó una solicitud de asilo pero no la aceptaron, así que optó por hacer lo que hicieron otros miles de personas: poner rumbo a Alemania.