Emmanuel Macron envió la semana pasada desde Atenas un mensaje inequívoco de firmeza a quienes contestan su amplio programa reformista. “Seré de una determinación absoluta y no cederé nada. Ni a los vagos, ni a los cínicos ni a los extremos”, dijo ante la colonia francesa de la capital griega.

Una frase polémica que la oposición lee como una mezcla de provocación y desprecio propia de un arrogante alejado de la gente. El comentario es aún más sorprendente porque se produjo en vísperas de la primera prueba de fuego a la que se enfrenta la reforma laboral que el Gobierno aprobará mediante varios decretos a finales de septiembre.

Jornada de movilización

Este martes, la Confederación General del Trabajo (CGT), liderada por el combativo Philippe Martínez, medirá sus fuerzas en la calle durante una jornada de movilización marcada por la fractura del frente sindical.

Desfilarán también el sindicato estudiantil UNEF, Solidaires y la Federación Sindical Unitaria (FSU). No lo harán ni la reformista CFDT ni Fuerza Obrera (FO), central muy presente en la función pública y aliada de Martínez en las numerosas protestas que encajó François Hollande en el último tramo de su mandato.

El contexto es, a priori, favorable para el Ejecutivo. Aunque para no espolear a los aludidos por el insulto presidencial, el Elíseo tardó poco en matizarlo y el propio Macron ha dicho este lunes que se refería a todos los que piensan que no hay nada que cambiar ni en Francia ni en Europa. “El país no puede avanzar si no decimos la verdad”, se ha defendido.

La CGT organiza un segundo asalto contra la reforma laboral el próximo 21 de septiembre, dos días antes de la manifestación convocada por la Francia Insumisa (FI) del izquierdista Jean Luc Mélenchon contra lo que consideran “un golpe de Estado social”.

Batalla por el liderazgo social

La sucesión de protestas evidencia que, además de la batalla contra la política de Macron, se libra otra por el liderazgo del movimiento social que se disputan Martínez y Mélenchon. Mientras, el resto de la oposición política -Los Republicanos, Frente Nacional y Partido Socialista- está tan enfrascada en sus propios barullos internos que no parece representar un peligro real.

En cualquier caso, el Ejecutivo quiere mantener baja la temperatura del descontento porque la del mercado laboral es la primera de una larga serie de reformas que pueden verse hipotecadas si el ambiente se electriza.

El 27 de septiembre se presentará el proyecto de ley de presupuestos para 2018 con un tijeretazo de 20.000 millones de euros. Luego se abrirá la reforma de las prestaciones por desempleo, de la formación profesional y de las pensiones. Un cóctel explosivo. Macron y su primer ministro, Edouard Philippe, necesitarán algo más que grandes dosis de pedagogía para explicar qué les espera a los franceses.

"Los franceses odian las reformas"

“Francia no es un país reformable. Muchos lo han intentado y no lo han logrado, porque los franceses odian las reformas”. La frase deslizada por Emmanuel Macron el pasado 24 de agosto durante una visita a Bucarest (Rumanía) resonó en París como una afrenta. El supuesto inmovilismo francés regresa al debate político cada vez que un nuevo inquilino llega al Elíseo.

Con su incisivo diagnóstico, Macron podría querer demostrar que él triunfará donde sus antecesores fracasaron. El presidente francés se ha propuesto sacudir el país con una amplia agenda reformista, sin ceder, de momento, ni a las presiones sindicales ni a los índices de popularidad. “Mi intención no es que sea fácil, sino que sea eficaz”, decía hace una semana en una entrevista en ‘Le Point’.

Todas las reformas de su programa electoral se adoptarán antes del verano del 2018. Macron ha aprendido de los errores de su predecesor y ha optado por un método expeditivo, para que el final del mandato esté marcado por el resultado de las reformas y no por la gresca en las calles.