Una huelga general en Hong Kong era un oxímoron. La ética del trabajo china y la eficiencia británica han engrasado una maquinaria fiable y armoniosa que ejerce de faro financiero global. Ninguna iniciativa en las nueve semanas de protesta, ni siquiera el asalto a la sede parlamentaria, rivaliza en audacia con la paralización de la ciudad. Es otro mojón en el desafío a unas autoridades que achican agua sin saber dónde está el timón. Para unos es una heroica guerra democrática y un sabotaje irremediable para otros.

La primera huelga en medio siglo clausuró cuatro días consecutivos de protestas y se entendía como una prueba del apoyo popular. El veredicto permite lecturas opuestas: la excolonia aminoró su frenético pulso sin llegar a detenerse. Los jóvenes interrumpieron el suburbano durante la mañana y el aeropuerto canceló dos centenares de vuelos. Algunas de las más elitistas 'boutiques' del centro cerraron mientras los restaurantes del distrito popular de Wanchai servían sus empanadillas al vapor y las 'madames' empujaban a los turistas hacia los bares oscuros.

Las masas se desparramaron por siete concentraciones en todo el territorio con esa estrategia que dificulta el control policial. Muchos se juntaron en los aledaños del Parlamento, un raro espacio verde en una hostil ciudad atiborrada de cemento, rascacielos, pasos elevados y centros comerciales. Una escena de cámping refinado, con los paraguas contra el sol, las alfombrillas sobre el césped y un orden prusiano para el reciclaje. Es lo mínimo que puedo hacer, sentarme aquí. Estoy demasiado mayor para enfrentarme a la policía, señala Jane, contable en una compañía mediana de comercio internacional. Su jefe ha dado libertad a los trabajadores para elegir. Nosotros no arruinamos la economía, la arruina Carrie Lam, asegura citando a la jefa ejecutiva.

CONSECUENCIAS ECONÓMICAS

Serán necesarias más semanas para calibrar las consecuencias económicas más allá del intangible daño de la reputación. Ya es sabido que ha caído el turismo desde el continente y que la bolsa padeció ayer el mayor derrumbe en dos décadas. Hong Kong depende del interior y su desafío a Pekín no saldrá barato. Jennifer vende seguros de vida en el banco Standard Chartered y calcula que la facturación se ha reducido en un 30%. Muchos chinos del continente no se atreven a venir, creen que Hong Kong ya no es seguro. Mi jefe me ha dicho que tenga cuidado, que la empresa recordará que fui a la huelga, pero me da igual. Encontrar trabajo en la banca aquí no es difícil. Calcula que un 80% de los empleados ha asistido hoy a la oficina. La reacción del sector financiero, el principal pilar económico, se había escrutado con atención de entomólogo durante la semana para pronosticar el éxito de la iniciativa. Algunas entidades recomendaron la huelga mientras otras amenazaron con el despido.

Yin calcula que sus ingresos se recortarán este cuatrimestre más de un 30%. Es representante de ventas en una multinacional surcoreana de cosméticos que tiene a los turistas chinos como principales clientes. Ha sacrificado uno de sus 20 días anuales de vacaciones, añade. Se la percibe decepcionada por mi insistencia en tratar cuestiones que considera banales. Vengo a luchar por el futuro por mis hijos, remata con solemnidad.

LAM, DESAPARECIDA DOS SEMANAS

La huelga ha empujado al trabajo a Lam. La jefa ejecutiva, en medio de una crisis galopante, no había aparecido en público en dos semanas. Ayer desdeñó la petición de dimisión, advirtió a los jóvenes de que estaban llevando a la ciudad a terrenos muy peligrosos e insinuó que detrás de la ley de extradición que disparó las protestas laten motivos espurios.

La jornada también sirvió para publicar el balance de estas nueve semanas. La policía ha detenido a 420 activistas de entre 14 y 76 años que afrontarán cargos de disturbios, asamblea ilegal, posesión de armas y explosivos, asalto y obstrucción a policía. Solo el delito de disturbios ya contempla hasta diez años de cárcel. La policía rehuyó las detenciones en las primeras semanas por la certeza de que estimulan el resentimiento y alimentan futuras protestas. Tras comprobar que no descendía el brío de los jóvenes, viraron su estrategia: ahora subrayan que zurrarse con la policía no sale gratis. Es seguro que el movimiento autocalificado prodemocrático exhibirá esos 420 detenidos en nueve semanas como prueba irrefutable de la brutalidad policial. Son, de todas formas, magnitudes hongkonesas: Rusia detenía recientemente a un millar en una tarde.

Las autoridades también revelaron que los agentes han disparado un millar de granadas de gas lacrimógeno y 300 balas de goma. Los jóvenes, que utilizan cada fin de semana métodos más agresivos, ya han dejado 139 agentes heridos. El balance no incluye los rutinarios disturbios en diferentes puntos de Hong Kong que se registraron al caer la noche.