Franklin Delano Roosevelt no fue el primer presidente de Estados Unidos en dirigirse a los ciudadanos por radio (fue Warren Harding), pero sí quien primero comprendió el potencial del medio y, con una serie de 30 discursos conocidos como charlas de chimenea, se saltó los filtros que representaban los periódicos y presentó directamente su agenda a la ciudadanía. Harry Truman aparece en los libros como el primer ocupante de la Casa Blanca que dio un discurso en televisión, pero fue John F. Kennedy quien primero entendió y aprovechó las bendiciones que el medio ofrecía, especialmente a alguien con su carisma. Hoy es Donald Trump quien entra en la historia. Porque Barack Obama fue el primer presidente que usó las redes sociales, pero su huella palidece al lado de la que ha dejado ya @realDonaldTrump, el primer presidente de Twitter.

El uso de la red social de un septuagenario que ni siquiera usa ordenador personal y sigue leyendo las noticias en papel es una de las claves para entender el éxito de su campaña y su triunfo electoral. Y aunque ese uso pueda parecer aleatorio, inconsistente, irreverente y hasta desquiciado, parece también movido por unos objetivos, un método y una estrategia que le han dado resultados y que, como se demostró en campaña, sería un error menospreciar.

Lo analizaba en Politico Kevin Madden, un estratega republicano que fue asesor de Mitt Romney en el 2012. «Trump entiende una importante dinámica: en un mundo en que hay abundancia de información siempre hay escasez de atención y él tiene la capacidad de generar cuatro o cinco historias al día. Ante eso, ¿cómo pueden sus oponentes abrirse camino? Siempre tiene el control».

AUTOPROMOCIÓN / Antes de entrar en política, Trump ya comprendió el poder de Twitter como herramienta de autopromoción. Es su forma favorita de comunicación, en la que combina mensajes que escribe personalmente con otros en los que sus ayudantes redactan reflexiones que él hace en voz alta. Está orgulloso de sus seguidores (19,2 millones y subiendo) y su estilo, que The Washington Post ha definido como «incisivo, cáustico y memorable». Y presume de que la gente le llama «el Ernest Hemingway de Twitter».

Aunque en su primera entrevista televisada tras el triunfo electoral Trump prometió que se iba a «contener mucho» en la red social, llegando a insinuar que podía «dejar de usarla», los dos meses transcurridos han demostrado que no era verdad. Y quien será su jefe de comunicaciones y prensa en la Casa Blanca, Sean Spicer, ya ha avisado de que el 45° presidente piensa apoyarse más en las redes que en la prensa tradicional. «Sabe exactamente a dónde quiere llegar en un tema particular. Entiende el valor estratégico de ciertas acciones para lograr un objetivo. El hecho es que cuando tuitea, consigue resultados», ha dicho. «Las cosas como siempre se han acabado».

No se puede negar que Trump ya ha cambiado las cosas. Indudablemente es quien está marcando la agenda informativa, especialmente con sus tuits más madrugadores. Sin respeto por una transición que no se consuma hasta el día 20, ha logrado crear una nebulosa sobre quién está a cargo del país. Se ha entrometido en asuntos de política exterior y nacional, con efectos contundentes como influir en que los republicanos en el Congreso retiraran una iniciativa para acabar con una oficina de ética. Ha provocado reacciones en los mercados con sus mensajes sobre empresas. Y también aprovecha para ajustar cuentas, como ayer con la actriz Meryl Streep, a la que tachó de «sobrevalorada» después de que ella le criticara en la gala de los Globos de Oro.

Desde potencias como China llegan avisos como «la obsesión con la diplomacia de Twitter no es deseable». A todo Trump hace le oídos sordos. Y cobra sentido el consejo de Newt Gingrich, asesor del presidente electo: «Relájense. Va a ser así ocho años».