China y Taiwán subrayaron sus visiones divergentes sobre el futuro: reunificación preferiblemente pacífica pero sin descartar la fuerza para una, exigencia de negociaciones bilaterales y rechazo a la fórmula de «un país, dos sistemas» para otra. Las diferencias aventuran un año árido en el Estrecho de Formosa.

Xi Jinping, líder chino, ha repetido que no existen razones para que los taiwaneses teman un futuro bajo la órbita pequinesa y ha dibujado un horizonte esplendoroso. «Después de la reunificación pacífica, Taiwán tendrá una paz duradera y sus gentes disfrutarán de vidas prósperas. Con el apoyo de la patria, los compatriotas taiwaneses tendrán un mayor bienestar y el espacio para su desarrollo será incluso más amplio», prometió ayer Xi en el Gran Palacio del Pueblo.

Pekín ha ofrecido diálogo a cualquier partido de Taiwán, pero siempre que acepte el principio de una sola China. «La declaración de independencia solo llevará un profundo desastre a Taiwán», alertó el presidente, quien advirtió de que Pekín «no renunciará al uso de la fuera y se reserva la opción de tomar cualquier medida posible». También repitió que no aceptará ninguna interferencia externa, en una referencia a los últimos coqueteos estadounidenses con la isla.

La respuesta llegó desde Taipei horas después. La presidenta Tsai Ing-wen aclaró que está dispuesta a negociar pero siempre en condiciones de igualdad y bajo la autorización del pueblo taiwanés. También pidió a Pekín que resuelva las diferencias con métodos pacíficos y rechazado aquella fórmula de «un país dos sistemas». Es la fórmula que permite a Hong Kong conservar su independencia judicial y derechos inexistentes en la China continental pero que se ha devaluado en los últimos años por la creciente influencia de Pekín. No extraña que Taipei la mire con aprensión.

MEDIDAS / Las referencias a los misiles apuntándose a ambas orillas han salpicado los diálogos más fragorosos durante décadas. Hoy a Pekín le basta la economía y la diplomacia para estrangular a la isla rebelde. Las tres cuartas partes del PIB taiwanés depende de las exportaciones y el 40% acaban en China. La postura china no es nueva pero la insistencia de Xi revela su impaciencia por el estancamiento del proceso. La guerra comercial con EEUU ha frenado la economía y Xi necesita algún éxito internacional para ofrecer a su pueblo.

La coyuntura es adversa: en Taipei gobierna desde 2016 el Partido Democrático Progresista (PDP), partidario de mantener las distancias con Pekín. Tsai no pertenece al ala radical pero está muy alejada de las inclinaciones propequinesas del partido Kuomintang. La presidenta se desvinculó del llamado consenso de 1992 que sienta el principio de una sola China y cuyo enunciado permite la interpretación opuesta a ambas orillas del estrecho de Formosa. También pretende el acercamiento «de Estado a Estado» y enfatiza la identidad taiwanesa con más brío del que Pekín puede digerir.

Los vínculos se han deteriorado en los últimos años y China ha incrementado las maniobras militares en las aguas que rodean la isla y la presión diplomática para arrebatarle a los pocos países que siguen fieles a Taipei. Cinco gobiernos han formalizado el trasvase hacia China desde que Tsai alcanzó la presidencia y sólo 17 naciones de peso pluma se resisten a Pekín, atareada en borrar la presencia taiwanesa del mundo.

El hundimiento del partido de Tsai en las recientes elecciones locales permite cierto optimismo en Pekín sobre un inminente relevo en Taipei. Pero pocos expertos vaticinan un final próximo a la guerra comercial que se extiende a todos los ámbitos, Taiwán incluido.