Para encontrar a un embajador francés que abandona Roma tras ser llamado a consultas por su Gobierno hay que remontarse a 1940, cuando la Italia de Mussolini le declaró la guerra a Francia. En un gesto sorprendente, París dijo «basta» el jueves ante lo que considera un rosario de «provocaciones e injerencias» del Ejecutivo transalpino y retiró temporalmente a su representante diplomático en Italia. Una decisión que degrada la relación entre dos socios fundadores de la Unión Europea. La gota que ha colmado el vaso de la paciencia francesa ha sido un encuentro a las afueras de París entre el viceprimer ministro italiano y líder del Movimiento 5 Estrellas, Luigi Di Maio, y un grupo de chalecos amarillos, entre ellos un representante del ala más radical del movimiento, Christophe Chalençon, quien llegó a decir que «la guerra civil es inevitable».

Pero las relaciones franco-italianas nunca han sido fáciles -Roma siempre le ha reprochado a París un exceso de arrogancia- y desde la llegada al poder, en junio del pasado año, de la alianza formada por la xenófoba Liga y el antisistema Movimiento 5 Estrellas, las cosas no han hecho más que empeorar. La tensión ha estado alimentada por los excesos verbales y las declaraciones cruzadas. Los puntos de fricción son numerosos, desde la política migratoria o las iniciativas francesas en Libia hasta las obras del tren de alta velocidad Lyon-Turín que Italia quiere paralizar.

Las palabras de Macron sobre el auge de la «lepra nacionalista» o el «cinismo y la irresponsabilidad» que atribuyó al Gobierno italiano cuando cerró sus puertos a los inmigrantes del Aquarius atizaron muy pronto los ánimos y Salvini no tardó en llamarle arrogante. A los ataques se unió Di Maio al pedir sanciones para Francia por «empobrecer a los países africanos» y empujar a los migrantes hacia Europa con su política de «colonización».

La protesta de los chalecos amarillos -que ha puesto a Macron contra las cuerdas- ha dado nueva munición a Roma y el propio Salvini no tuvo reparos en apoyarles, confiando en que «el pueblo francés se libre pronto de un muy mal presidente».

Más allá de la bronca diplomática, el último encontronazo entre París y Roma anuncia el color de la batalla entre progresistas y populistas que vertebrará la campaña de las elecciones al Parlamento Europeo del próximo mayo, el pulso casi personal entre el presidente francés, Emmanuel Macron, y el número dos del Gobierno italiano, Matteo Salvini.

DI MAIO BAJA EL TONO / Un duelo entre dos visiones de Europa y dos maneras de hacer política. Si Macron se ha erigido en el estandarte del campo progresista, Salvini busca unir en el campo populista desde el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, hasta la ultraderechista Marine Le Pen.

La retirada del embajador francés ha llevado al Gobierno italiano a bajar el tono sin llegar a pedir disculpas. En una tribuna enviada al diario Le Monde, Di Maio indica que «las divergencias políticas y de visión entre el Gobierno francés y el italiano no deben afectar a la relación histórica de amistad» que unen a los dos países. El jefe de filas del Movimiento 5 Estrellas justifica su apoyo a los chalecos amarillos porque entre sus reivindicaciones figuran temas que sitúan en el centro al ciudadano más allá de la tradicional división izquierda-derecha.

En realidad, según ha explicado el politólogo italiano Alberto Toscano, Di Maio busca aliados para las europeas porque el eurófobo Ukip dejará Estrasburgo cuando el Reino Unido abandone la UE y una lista de chalecos amarillos podría permitirles crear un grupo parlamentario en Estrasburgo. «Las tensiones entre París y Roma pueden durar hasta las elecciones europeas. Hay razones electorales y de política interior para no ceder antes del 26 de mayo», augura Toscano.