Donald Trump está listo para hacer las maletas en Siria, una guerra que heredó de su antecesor en el puesto, Barack Obama, y en la que Estados Unidos ha tenido siempre un pie dentro y otro fuera. El presidente estadounidense ha encargado a sus militares que preparen un plan para retirar los 2.000 soldados que apoyan a las fuerzas kurdas y árabes en el noreste del país con la intención de que estén fuera en el plazo de seis meses.

Trump busca también que sean sus aliados árabes los que asuman el trabajo de estabilización y reconstrucción una vez se haya dado por finiquitado al Estado Islámico. Pero las prisas del presidente chocan con el criterio de sus militares, que temen que la salida deje el país completamente a merced de Irán y Rusia y permita a los yihadistas recobrar oxígeno en las zonas desocupadas. Algo semejante a lo que pasó en Irak tras la retirada del 2011.

Trump se parece mucho a su predecesor en lo que concierne a Siria. Ninguno ha querido enfrentarse al régimen de Bashar al Asad ni disputar en el campo de batalla la huella regional que Moscú y Teherán han conquistado con su apoyo al Gobierno sirio. Ambos han centrado sus esfuerzos en combatir a los yihadistas del Estado Islámico y han renegado de una presencia permanente en el país durante una eventual posguerra para tratar de acercarlo a la órbita estadounidense.

un mal negocio para trump / Los fantasmas de Irak siguen muy vivos y, particularmente en el caso de Trump, su concepción mercantilista de la política exterior hace que vea el conflicto sirio simplemente como un mal negocio. Dinero derrochado y sin dividendos. «No hemos ganado nada de los 7 billones de dólares que llevamos gastados en Oriente Próximo en los últimos 17 años», repitió el dirigente la semana pasada.

Trump está impaciente por marcharse, un escenario que genera escalofríos tanto en Arabia Saudí como en Israel, conscientes de que Irán tendría vía libre para controlar el arco territorial que comienza en sus fronteras y acaba en el Líbano, una media luna que incluye también a Irak y Siria.

«Quiero que nos marchemos. Quiero que nuestras tropas vuelvan a casa», dijo este martes. Poco después se reunió con su Consejo de Seguridad Nacional para reclamarles una salida en seis meses, aunque parece que las reticencias del Pentágono le convencieron para olvidarse de los plazos. La Casa Blanca dijo después que las tropas se quedarán hasta que desaparezca el Estado Islámico, no sin matizar que la misión «está llegando rápidamente a su final».

Ese desenlace enerva al Pentágono, que quiere asegurarse una silla en el avispero geopolítico sirio una vez callen las armas. El secretario de Defensa, James Mattis, ha insistido en que EEUU «debe fijar las condiciones para una solución diplomática» .

Nada de eso parece estar en la mente de Trump, aunque teniendo en cuenta que su Administración recela visceralmente de Irán, no es descartable que acabe cambiando de opinión.