Con la economía viento en popa y la cumbre histórica con el norcoreano Kim Jong-un ya en el retrovisor, Donald Trump se siente fuerte. Ayer anunció la imposición de un paquete de aranceles a las importaciones desde China por valor de 43.000 milones de euros (50.000 millones de dólares), una nueva medida de nacionalismo económico con la que pretende forzar al gigante asiático a renegociar los términos de su relación comercial con Estados Unidos. La decisión levantó ampollas en Pekín, que lleva meses embarcado en negociaciones directas con Washington y había tratado de aplacar sus amenazas con la promesa de aumentar la compra de bienes y servicios estadounidenses. Pekín anunció que responderá con aranceles equivalentes y acusó a la Casa Blanca de querer «provocar una guerra comercial».

Las bolsas fueron las primeras en reaccionar con caídas al agravamiento de las tensiones entre las dos mayores potencias económicas del planeta. La lista de importaciones chinas afectada por los nuevos gravámenes, que serán del 25%, es larga y se ceba principalmente con los sectores industriales señalados en el plan estratégico Made in China 2015, con el que el régimen de Xi Jingping quiere aumentar el valor añadido de su tejido productivo. Sectores como aeroespacial, las tecnologías de la información, la robótica, la maquinaria industrial o los automóviles.

La Administración Trump ha dicho que sus medidas proteccionistas son una respuesta «al robo de propiedad intelectual y otras prácticas comerciales injustas» desde China. «Estos aranceles son esenciales para prevenir mayores transferencias injustas de tecnología y propiedad intelectual estadounidense a China y protegerán empleos en EEUU», dice el comunicado de la Casa Blanca.

Los asesores de Trump se han cuidado de que los gravámenes no afecten a los productos tecnológicos chinos que más consumen los estadounidenses, como teléfonos y televisores, aunque sus detractores sostienen que los aranceles penalizarán los bolsillos de los consumidores.

La decisión llegó solo un día después de que el secretario de Estado, Mike Pompeo, se reuniera en China con el presidente, Xi Jingping, y el ministro de Exteriores, Wang Yi. Las negociaciones entre ambas partes parecían ir por el buen camino, después de que el mes pasado Pekín anunciara su compromiso para aumentar significativamente las importaciones estadounidenses. «Nuestra posición sigue siendo la misma, si EEUU toma medidas unilaterales y proteccionistas que dañen los intereses chinos, responderemos inmediatamente con las decisiones que sean necesarias para salvaguardar nuestros legítimos derechos e intereses», avisó un portavoz de la cancillería china. Concretamente, con aranceles «igual de fuertes y por el mismo volumen». La lista de productos todavía no se ha hecho pública, aunque Pekín ya dijo en abril que castigaría a la soja, el sorgo o los aviones comerciales de fabricación estadounidense.

Esta nueva vuelta de tuerca de la Casa Blanca, que aspira a reducir los déficits comerciales que mantiene con muchos de sus rivales y aliados, se suma al 25% y 10% de aranceles que impuso al acero y el aluminio extranjeros respectivamente. Y sirve para confirmar también que los nacionalistas económicos en el seno de la Administración le han ganado definitivamente la partida a los partidarios del libre comercio.