Corea del Norte suma problemas a una zona que los colecciona. En Extremo Oriente se juntan heridas sin cauterizar del imperialismo japonés, reclamaciones territoriales, necesidades energéticas, nacionalismos pirómanos y la pugna de las dos grandes potencias desde que Estados Unidos viró su atención al Pacífico tras dejarse los dientes en Irak y Afganistán. El incremento armamentístico, las políticas de alianzas y el posible contagio de cualquier conflicto preparan el escenario de otra guerra fría.

La zona más inflamable del globo aconseja el tacto que les falta a Kim Jong-un y Donald Trump. Los vecinos de Pyonyang han convivido durante décadas con sus bravatas cotidianas, pero la coincidencia de los dos levantiscos líderes aceita el conflicto. Los fervientes militaristas de Tokio y los partidarios del diálogo de Seúl comparten la conclusión: el paraguas estadounidense ya no basta.

La tensión espoleará una carrera armamentista que ya cabalgaba sin bridas. Asia gastó más en armas que Europa en el 2012 y la tendencia se ha acentuado desde entonces. El continente concentra el 43% de las importaciones del mundo, según el Instituto Internacional de Investigación por la Paz de Estocolmo.

Alza presupuestaria

Japón aprobará un presupuesto récord de 5,26 billones de yenes (más de 40.000 millones de euros). La propuesta llegó dos días después de que un misil sobrevolara sus cabezas sin que Tokio pudiera derribarlo y con la aclaración desde Pyonyang de que era solo el primero. Se entiende, pues, que el grueso vaya destinado a radares para detectar misiles y baterías para derribarlos. Los escudos antimisiles Aegis en tierra se sumarán a los instalados en buques para blindar todo el archipiélago, según el ministerio.

La lista de la compra incluye dos barcos de guerra, seis cazas F-35, cuatro aviones de transporte Osprey y nuevas bases militares en Okinawa. Su finalidad apunta menos a Corea del Norte que a China, con la que arrastra fragorosos pleitos por las islas Senkaku/Diaoyu. Supondrá el sexto aumento consecutivo después de que el ultranacionalista Shinzo Abe finiquitara una década de tijeretazos. El primer ministro revienta las costuras de la ejemplar Constitución pacifista japonesa y su espíritu ya se tambalea tras el fin de la prohibición de exportar armas y la reforma del artículo 9, que solo contempla la autodefensa, a pesar de la mayoritaria oposición popular. Esa deriva preocupa en China.

Corea del Sur destinará una décima parte de su PIB a Defensa cuando apruebe el aumento del 6,9%, el mayor desde el 2009. Ya cuenta con 625.000 soldados (la mitad que el vecino del norte) y otros 28.000 estadounidenses. Su presidente, Moon Jae-in, es un terco defensor del diálogo y se ha propuesto solventar el conflicto sin importarle los desplantes y las bofetadas que lleguen de Pionyang. Pero el fragor de estas semanas aconseja acompañar la diplomacia con armas. Moon ha pedido reformar a Washington su tratado bilateral que le impide fabricar misiles de más de 500 kilos. Seúl juzga que por debajo de una tonelada son ineficaces contra los búnkeres bajo tierra y las instalaciones nucleares en Corea del Norte.

Trump aconsejó a sus aliados durante las elecciones que acumularan armas nucleares para defenderse por sí mismos y dejaran de sangrar las arcas estadounidenses. Aquella delirante sugerencia ya es contemplada por los halcones de Seúl y Tokio. Japón cuenta con plutonio y tecnología, pero la oposición popular en el único país que ha sufrido la bomba nuclear es excesiva incluso para un líder con probado desprecio por las encuestas.

La opinión popular

La situación es inversa en Corea del Sur: la población no es tan reacia a una propuesta que aterra al presidente porque barrería las últimas esperanzas de convencer a Pyonyang de renunciar a su arsenal atómico. Los conservadores alegan que el Acuerdo de Desnuclearización de la Península Coreana firmado en 1991, durante una de las raras épocas de distensión, es papel mojado por el olímpico incumplimiento de Pionyang.

Al inquietante cuadro contribuye el elefantiásico incremento militar estadounidense. El aumento del 10% (con una economía que crece al 2,4%) es el mayor después del 11-S. Su objetivo, aclaró Trump, es que Estados Unidos «vuelva a ganar guerras». El grueso de la partida va a la Marina y su lugar natural es el Pacífico.